UN METEORITO PEQUEÑO PUDO CAUSAR LA TREMENDA EXPLOSIÓN

El 30 de junio de 1908 una onda expansiva de origen desconocido devastó una inhóspita zona de Siberia. Un siglo después los científicos siguen sin poder explicar qué sucedió, aunque creen que el origen del suceso pudo ser un meteorito de pequeño tamaño, lo cual incrementa las posibilidades de que se repita.

Algo fuera de lo normal ocurrió el 30 de junio de 1908 hacia las 7.17 de la mañana en una remota zona de Siberia (Rusia). A unos 8 km de altura sobre el río Podkamennaya Tunguska (Tunguska pedregoso) se produjo una gran explosión, parecida al estallido de una bomba atómica, cuyos efectos se hicieron sentir a lo largo de unos 2.150 km 2 de taiga. El resultado: 80 millones de árboles derribados y una cantidad indeterminada de animales muertos.
La deflagración, que se pudo oír a 1.500 km de distancia, generó un resplandor que rivalizaba con la luz del Sol. Varios observatorios de EE.UU. detectaron una reducción de la transparencia atmosférica durante los meses posteriores y el resplandor en el cielo permitió leer de noche durante varias semanas a los habitantes de la zona. La región próxima, habitada por nómadas evenkos, tembló como consecuencia de una onda sísmica de una magnitud equivalente a 5 grados de la escala Richter que fue detectada por sismógrafos de varios puntos de Asia e incluso de Europa.
La onda de choque, que había tirado al suelo a muchos de los nativos y había roto ventanas, fue registrada 8 horas después del suceso en barómetros situados en Washington, delatando una velocidad de expansión de 300 km/h. El lugar en el que se ubicaba el epicentro, deshabitado y alejado de cualquier ruta habitual, conservó el misterio durante casi dos décadas, pues ninguna persona con formación científica se acercó hasta allí durante todo ese tiempo.

Solo se registraron las declaraciones de los testigos, muchos de los cuales afirmaron haber visto surcar el cielo en dirección Sureste-Noroeste una bola de fuego que dejaba tras de sí una columna de humo gigantesca. La excepcionalidad de lo ocurrido y las ganas de estudiarlo contrastaban con lo recóndito del área afectada. Simplemente, a principios del siglo pasado no existían los medios apropiados para llegar a ella con el equipo necesario. La curiosidad tuvo que saciarse con artículos de prensa, en ocasiones sensacionalistas, redactados por periodistas que solo habían tenido acceso a los testigos.
Por otro lado, Siberia estaba tan lejos de la civilización que nada de lo que procediera de ella podía tomarse muy en serio. Aquellos relatos sobre un bosque destruido parecían fábulas inventadas por nómadas incultos. La guerra civil en la que se hallaba sumida Rusia tras la revolución bolchevique dificultó aún más el esclarecimiento del misterio. Tendría que finalizar el conflicto para que las cosas cambiaran un poco: a partir de 1921 los científicos empezaron a encontrar sentido a los datos disponibles y propusieron organizar una expedición a Tunguska.

LA PRIMERA EXPEDICIÓN

La Academia de las Ciencias soviética encargó en 1927 a Leonid A. Kulik, un experto en minerales, visitar el enclave. Si un meteorito ferroso de gran tamaño había caído en Tunguska, el hierro contenido en él podría ser útil para la industria del país. El viaje se desarrolló en la mejor tradición de las exploraciones pioneras. Fueron necesarios varios días para llegar al destino y los expedicionarios experimentaron todo tipo de penalidades debido a las condiciones del terreno, agreste y helado. Cuando llegaron, se dieron cuenta de que las narraciones de los pobladores de la región no habían sido inexactas.
El desastre abarcaba un área de entre 60 y 80 km de radio. Dentro de ese círculo, los troncos habían sido arrancados por una fuerza irresistible y todos parecían dispuestos de forma radial, como si señalaran un punto central. Pero había una extraña excepción: algunos, cercanos al centro, permanecían de pie, aunque estaban gravemente chamuscados y habían perdido las ramas. Al dirigirse hacia ese punto, Kulik, que esperaba encontrar un enorme cráter provocado por un objeto caído del cielo, descubrió sorprendido una depresión de tipo pantanoso de entre 8 y 10 km de diámetro con presencia de turba y pequeñas charcas.

¿La erosión de los casi 20 años transcurridos desde el suceso había hecho desaparecer el cráter? En el perímetro de la depresión sí halló agujeros de entre 5 y 30 m de diámetro, como si hubieran sido producidos por meteoritos de pequeño tamaño, quizá los restos de un cuerpo mayor. No obstante, al excavarlo no encontró objeto alguno.

Kulik regresó de Siberia pertrechado con fotografías y una buena cantidad de datos. La ubicación geográfica del suceso quedó marcada para la posteridad: 60 grados y 55 minutos de latitud Norte, 101 grados y 57 minutos de longitud Este.

LA TEORÍA DEL COMETA

La ausencia de cráter se convirtió de inmediato en la principal incógnita. Una valoración de la destrucción observada permitió calcular qué cantidad de energía sería necesaria para producirla: entre 2 y 20 megatones. Relacionando la velocidad de caída (12 km/s, típica de un meteorito) con la masa precisa para desencadenar tal cantidad de energía, los científicos concluyeron que el objeto cósmico pesaba entre 100.000 y un millón de toneladas.
Ahora bien, con ese tamaño no se habría desintegrado al entrar en la atmósfera y habría provocado un cráter. La explicación propuesta fue que el cuerpo había explotado a una altura de entre 8 y 10 km y que las ondas expansiva y térmica eran las responsables de sus efectos: los árboles situados justo debajo de la explosión resultaron quemados pero permanecieron en pie, mientras que los más alejados recibieron la onda expansiva de forma lateral y resultaron derribados. ¿Qué tipo de objeto puede al mismo tiempo provocar tal destrucción y no alcanzar el suelo?
En los años treinta el astrónomo I. Astapovich y el meteorólogo F. J. Whipple plantearon que el objeto que había estallado sobre Tunguska era un fragmento de cometa de hielo que, al calentarse como consecuencia de su entrada en la atmósfera, se había desintegrado por completo. El hielo se disipó en forma de vapor de agua y solo los efectos térmicos y la onda de choque alcanzaron el suelo. La dispersión del vapor provocó el resplandor blanco-azulado.
Pero ¿cómo es posible que un cometa de varios cientos de metros de diámetro no fuera visto mientras se aproximaba a la Tierra? Si venía desde un punto cercano al Sol, había sido imposible detectarlo debido al brillo de nuestra estrella. Kulik encabezó al menos otras tres expediciones en los siguientes años. Durante una de ellas encontró una zona con aspecto de cráter y procedió a drenarla, ya que estaba llena de sedimentos, pero aparecieron unos troncos viejos que el impacto habría destruido.
En 1938 consiguió que se fotografiara el lugar desde el aire. Las imágenes tampoco mostraron evidencia alguna de la existencia de un cráter. En 1978 el astrónomo Lubor Kresak apostó por la teoría del cometa, señalando que podría tratarse de un fragmento del Encke. En el verano de 1908 la Tierra estaba atravesando la órbita de este cometa periódico, donde pueden perfectamente encontrarse restos desprendidos durante los momentos de mayor actividad del objeto, cuando se aproxima al Sol. El Encke, o más bien las partículas que deja en su camino, suelen caer sobre la Tierra durante esa época del año provocando la lluvia de estrellas fugaces que conocemos como Táuridas. Algunos de estos fragmentos tienen el tamaño suficiente para convertirse en bólidos que estallan.

Distribución de los árboles derribados

¿ORIGEN EXTRATERRESTRE?

Las sucesivas expediciones a la zona realizadas en tiempos más modernos han permitido ir acotando la naturaleza del fenómeno. Por ejemplo, el químico Ramachandran Ganapathy confirmó en 1983 el origen extraterrestre del objeto analizando esferas metálicas halladas en los años cincuenta y sesenta en el área de tamaño inferior al milímetro. En su composición se encontraron rastros de iridio, cobalto y níquel, elementos abundantes en los meteoritos. Ganapathy dedujo que el cuerpo que había caído sobre Tunguska era un meteorito rocoso de unos 100 m de diámetro.
Su conclusión fue apoyada por el astrónomo Zdenek Sekanina, quien no había dado crédito a la teoría del cometa debido a que los restos de este no habrían podido resistir las presiones aerodinámicas del descenso. A partir de 1959 fueron entrevistados muchos testigos, ya de avanzada edad, y se recogieron informes sobre la trayectoria del objeto y los ruidos que produjo. Así se obtuvo otro dato inquietante: a muchos habitantes de la zona les habían salido ampollas tras la explosión, en algunos casos mortales. Sin embargo, los científicos creen que se debió a una epidemia de viruela. Lo que sí quedó demostrado fue que la explosión se había producido en el aire.
En 1908 nadie conocía los efectos de una deflagración nuclear aérea, pero en los años cincuenta y sesenta sí debido a las numerosas pruebas atómicas realizadas por las superpotencias. Vista desde el aire, la devastación de Tunguska presentaba un perfil parecido al de unas alas de mariposa. Varios experimentos posteriores mostraron que ese es el patrón de una explosión que se produce en el aire. A mediados de los años sesenta se llegó a la conclusión de que el objeto se precipitó sobre el suelo formando un ángulo de 30 grados respecto a este.
En 2001 los astrofísicos P. Farinella y L. Foschini sugirieron de nuevo la hipótesis del asteroide, en este caso procedente del cinturón situado entre Marte y Júpiter. El problema seguía siendo cómo justificar que un meteorito de tipo rocoso, necesariamente grande para producir el despliegue de energía observado, no hubiera dejado un cráter visible. Algunos científicos optaron por una solución intermedia: si el fragmento de cometa hubiera estado cubierto por una capa pétrea, habría podido resistir sin desintegrarse hasta los 8 ó 10 km de altitud.

HIPÓTESIS IMAGINATIVAS

Como la ciencia no era capaz de llegar a una conclusión definitiva, se abrió la puerta a explicaciones más arriesgadas. A falta de otras pruebas (en parte, por el hermetismo soviético durante la Guerra Fría), muchos investigadores han ido presentando sus conclusiones a lo largo de las últimas décadas. Una de las más llamativas es la que aventuraba que el suceso tenía su origen en el sistema de propulsión nuclear de una nave alienígena que había tenido un problema técnico. Alexander Kazantzev, escritor de ciencia ficción, ahondó en esta hipótesis en los años cuarenta.
Un relato que escribió en 1946 estaba protagonizado por una nave extraterrestre cuyos ocupantes habían viajado a la Tierra para obtener agua del lago Baikal, ubicado a 800 km de Tunguska. Una avería provocó una explosión nuclear en el aire. La ficción de Kazantzev ha servido de base a lo largo de todas las décadas posteriores para especular sobre la supuesta recuperación de restos de una nave alienígena en la zona. Por otro lado, Tunguska es una zona que sobrevuelan los satélites lanzados desde Baikonur y es posible encontrar en ella restos de lanzamientos fallidos.
En 1964 surgió en la antigua Unión Soviética lo que parece más un relato de ciencia ficción que una explicación convincente de lo sucedido en Tunguska: en 1883, la erupción del volcán Krakatoa generó señales que alcanzaron la estrella 61 Cygni. A su alrededor, un planeta habitado por seres inteligentes detectó la emisión y respondió enviando a la Tierra un rayo láser.

EL RAYO DE TESLA

En Estados Unidos también surgió una especie de “fiebre” por explicar el incidente de Tunguska al margen de las teorías aceptadas. Las características de la explosión, semejantes a las de un estallido atómico, hicieron pensar que se debía al impacto contra la atmósfera del fragmento de un cometa con alto contenido de deuterio. El deuterio es un isótopo del hidrógeno que podría usarse en el futuro en los reactores de fusión. Al entrar en la atmósfera, el calentamiento provocado por el rozamiento podría haber provocado una explosión que ocasionara a su vez una reacción de fusión natural con escasa emisión radiactiva.
Científicos como S. J. D. D’Alessio, A. A. Harms y C. Sirvent apostaron a finales de los ochenta por esta teoría, aunque no se ha demostrado si existen cometas con hielo que contengan deuterio o si una reacción nuclear de fusión es viable en esas condiciones. Otras teorías científico-imaginativas culpan del desastre al encuentro de la Tierra con un fragmento de antimateria. La materia y la antimateria se aniquilan entre sí cuando entran en contacto y emiten mucha más energía que la que produce una reacción nuclear. En 1965 C. Cowan, C. R. Atluri y W. F. Libby defendieron esta explicación, que no ha podido ser probada. No menos curiosa es la sugerencia de que Tunguska fue el resultado de uno de los experimentos de Nikola Tesla.
Este inventor investigó durante años la energía eléctrica y, en especial, la posibilidad de transmitirla de forma inalámbrica. En 1907 The New York Times publicó que Tesla había conseguido desarrollar una especie de rayo energético que transmitía electricidad a usuarios situados a kilómetros de distancia de la torre emisora y que podía emplearse como arma. Las crónicas sugieren que uno de los resultados de las pruebas de Tesla fue el devastador incidente de Tunguska.

Los intentos de identificar las causas del fenómeno de Tunguska arreciaron en los años noventa y durante los primeros años del siglo XXI. No es una cuestión trivial: concretarlas puede ayudarnos a entender qué consecuencias podría tener el futuro impacto de un cuerpo extraño contra la Tierra. La desaparición de la Unión Soviética y la apertura política facilitaron la organización de nuevas expediciones, que buscaban pistas que hubieran pasado desapercibidas hasta entonces y que inclinaran la balanza hacia alguna de las hipótesis predominantes: la del cometa o la del asteroide. Se quería comprobar si un asteroide rocoso podía haber sido el responsable de los daños sin producir un cráter.
Varios científicos, encabezados por Christopher Chyba, estudiaron la dinámica de un objeto semejante en la atmósfera y llegaron a la conclusión de que sí era posible. Según este equipo, un cuerpo se mantiene íntegro cuando las fuerzas que actúan sobre él (como el rozamiento atmosférico) no son muy elevadas. De lo contrario puede estallar en cualquier momento liberando una gran cantidad de energía en poco tiempo. Por otro lado, quizá una parte del objeto impactó contra el suelo, pese a haber habido una explosión en el aire, y el cráter ha pasado desapercibido. Con esa posibilidad en mente, un equipo de la Universidad de Bolonia (Italia) lleva buscando señales de este cráter invisible desde los años noventa.
Efectuaron expediciones en 1991, en 1999 y en 2002, y los resultados obtenidos vuelven a poner sobre la mesa la hipótesis del asteroide. Analizando la resina de los troncos de los árboles de la zona afectada, los científicos italianos encontraron partículas halladas en asteroides de tipo rocoso pero no en cometas. Además, examinaron el lago Cheko, situado menos de 10 km al noroeste del epicentro del fenómeno, para comprobar si es el buscado cráter. Un suceso semejante al de Tunguska creó en Polonia varios pequeños lagos. De ser así, el lago Cheko tendría que presentar ciertas marcas geológicas que delataran un origen moderno. En 1961 otro equipo había analizado sedimentos procedentes del fondo del lago y había calculado que su antigüedad era, como mínimo, de 5.000 años.
Pese a ello, uno de los investigadores italianos, Giuseppe Longo, anunció en junio 2007 que no se podía descartar la hipótesis de que fuese un cráter porque tanto su forma como el reflejo de las ondas sísmicas en algún objeto desconocido enterrado en su fondo son el resultado de un impacto a baja velocidad. En 1999, Longo y sus colegas habían empezado a examinar el lago Cheko, que tiene 8 km de diámetro, en busca de polvo de meteorito depositado en sus sedimentos. Aún no pensaban que podía ser un cráter. Pero la utilización de un sónar de última generación les permitió descubrir en él una forma cónica. Se extrajeron también muestras del fondo que mostraron la existencia de una estructura sedimentaria sobre otra caótica.
Además, los instrumentos sísmicos, que analizan el comportamiento de las ondas de terremotos ocurridos en otras zonas del globo, indujeron a pensar que estas se reflejaban de forma anómala en el centro del lago debido a la existencia de una zona compacta (aplastada por el impacto) o de un fragmento del meteorito (de al menos 1.700 toneladas y 10 m de diámetro). Para saber con seguridad si el Cheko es un cráter los científicos necesitan extraer una muestra del material que está a al menos 10 m bajo el fondo. Este será el objetivo de la expedición que llevarán a cabo este mismo año con motivo del centenario. Longo tiene la esperanza de encontrar restos del meteorito. Si lo logra, su hallazgo será sin duda noticia en todo el mundo.

CONCLUSIONES PREOCUPANTES

Aunque la hipótesis más plausible es la del meteorito, no lo tendrán fácil, pues puede que el cuerpo fuera más pequeño de lo que se cree. Los laboratorios Sandia han utilizado su más moderno supercomputador para simular el comportamiento de un cuerpo de estas características al penetrar en la atmósfera terrestre. Mark Boslough es el responsable de la investigación, que ha sido publicada a principios de 2008 y que revela que un objeto pequeño podría ocasionar perfectamente los daños observados en Tunguska.
Teniendo en cuenta que, según los vigilantes forestales de la época, el bosque de Tunguska estaba bastante deteriorado, los árboles fueron derribados con más facilidad que si hubieran estado en buen estado. La noticia de que el meteorito podría ser más pequeño que lo calculado inicialmente resulta preocupante. Si algo así causó tanto daño tendremos que revisar nuestras previsiones sobre lo que puede provocar un objeto mucho mayor. Boslough advierte que el desastre de Tunguska pudo producirse con una liberación de energía equivalente a entre 3 y 5 megatones, mucho menos de lo que se estimaba hasta ahora: entre 10 y 20. Cuando un meteorito entra en la atmósfera, la resistencia del aire, que va aumentanto según cae, lo presiona y lo frena.
En cierto momento, la resistencia se hace tan grande que el objeto estalla y libera un flujo descendente de gas caliente que puede alcanzar la superficie. La energía que desprende esa especie de bola de fuego gaseoso es la causante del daño térmico principal sin necesidad de que la explosión haya sido muy grande. Hay muchos más asteroides pequeños que grandes. Por tanto, con estas conclusiones las posibilidades de que caiga sobre la Tierra un objeto que provoque una gran destrucción aumentan considerablemente.
Habrá que dedicar mayores esfuerzos a localizar asteroides en cuya ruta se encuentre nuestro planeta añadiendo algunos, más pequeños, que hasta ahora considerábamos inofensivos. Boslough y compañía podrían estar equivocados, naturalmente, pero su equipo fue precisamente el que pronosticó con exactitud los efectos que tendría el impacto del cometa Shoemaker-Levy 9 contra Júpiter hace unos años y el que anunció que, como sucedió, el fenómeno sería visible desde la Tierra. La Humanidad debe mantener los ojos bien abiertos. Otro Tunguska es posible.

UNA HUMANIDAD CON SUERTE: ESQUIVANDO EL DESASTRE

El suceso de Tunguska no ha sido el primero en el que la Tierra se ha visto afectada por la caída de un objeto. Sin embargo, en época contemporánea no se ha producido un fenómeno tan devastador como este. Su caída sobre esta zona casi deshabitada se convirtió en un acto de pura suerte cósmica. Teniendo en cuenta que la Tierra gira sobre su eje, si el objeto hubiera caído 4 horas y 47 minutos más tarde, se habría precipitado sobre la ciudad de San Petersburgo. Por supuesto, podría haber caído también sobre el Océano Pacífico y quizá no hubiera dejado huellas que permitiesen estudiarlo.
Pero, más allá de la lotería geográfica, si se hubiera producido este desastre unas décadas más tarde podría haber sido interpretado como una explosión nuclear cientos de veces más potente que la de Hiroshima. La Unión Soviética podría haberlo considerado un ataque por parte de Estados Unidos y podría haber desencadenado una devastadora III Guerra Mundial. No es de extrañar que los científicos se esfuercen por detectar cualquier cuerpo en cuya trayectoria esté la Tierra no solo para intentar evitar su impacto, sino también para identificar claramente su origen.

SATÉLITES MILITARES: VIGÍAS DEL ESPACIO

Con sus sensores infrarrojos para detectar lanzamientos de misiles los satélites militares de alerta inmediata pueden avisar sobre la entrada de un objeto en la atmósfera terrestre. El estudio de los datos que proporcionan revela que la Tierra es bombardeada constantemente por pequeños cuerpos, meteoritos y polvo de cometas, que suelen desintegrarse antes de llegar a la superficie.
Ocasionalmente, debido a su tamaño o a su composición, más resistente, algunos pueden alcanzar el suelo fragmentados o enteros. El daño que producen es escaso. En cuanto a su frecuencia, depende del tamaño. Un meteorito rocoso de 10 m de diámetro suele caer sobre nuestro planeta una vez al año y origina una explosión en el aire de unos 20 kilotones (similar a la de la bomba atómica de Nagasaki). Los cuerpos del tipo del de Tunguska son mucho más raros: se estima que pueden alcanzarnos una vez cada tres siglos.

OTROS TUNGUSKAS

- Río Curuçá (Amazonia brasileña): 13 de agosto de 1930.
- Alberta (Canadá): 5 de febrero de 1971.
- Montañas Marudi (Guayana): 11 de diciembre de 1935.
- Océano Índico: 22 de septiembre de 1979.
- Canadá: 31 de mayo de 1965.
- Cando (A Coruña): 18 de enero de 1994.
- Michigan (Estados Unidos): 17 de septiembre de 1966.
- Mar Mediterráneo: 6 de junio de 2002.

EL DATO

La hipótesis más respaldada hoy apunta a un meteorito rocoso de tamaño relativamente pequeño como responsable de la devastación de Tunguska.

SABÍAS QUE

Otro meteorito, el Sikhote-Alin, ocasionó en 1947 al menos un centenar de pequeños cráteres de hasta 20 m de diámetro en Rusia. La fragmentación del objeto antes de que pudiera llegar al suelo fue la causa de que dejara tantas huellas.

AGUJERO NEGRO: HIPÓTESIS DESESTIMADA

En 1973 los físicos Albert Jackson y Michael Ryan propusieron la interacción de la Tierra con un diminuto agujero negro como explicación al suceso de Tunguska. Por aquel entonces los astrónomos acababan de detectar este tipo de objeto cósmico por primera vez. En teoría, la existencia de agujeros negros de tamaño microscópico es posible. El de Tunguska debería haber tenido menos de una milésima de milímetro de radio y una masa de 100 billones de toneladas.
Según Jackson y Ryan, atravesó la Tierra sin dejar rastro. Varios estudios posteriores llevaron a descartar esta hipótesis, dado que un agujero negro de ese tamaño habría creado un cráter de 3 km de diámetro, además de provocar un terremoto mil veces más fuerte que cualquier otro de los que ha habido a lo largo de la historia. Además, debería haber provocado una segunda explosión al otro lado de nuestro planeta, justo en el punto por el que salió.