fueron,
pues los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado
con el. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto no le
quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó
el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua (Evangelio
de San Juan 19,31-39) |
El episodio de la lanzada que precipitó la muerte de Jesucristo cuando aún estaba suspendido en la cruz, sólo es recogido en uno de los evangelios canónicos: el de san Juan. Éste nos explica que José Arimatea y Nicodemo retiraron el cuerpo del Gólgota porque se acercaba el día so1emne del sabbat doblemente so1emne coincidía con la Pascua, lo llevaron hasta un huerto próximo, lo depositaron en un sepulcro nuevo procedieron a prepararlo con cien libras y áloe, según la tradición judía.
Actualmente sabemos mas cosas acerca de estos personajes que dispensaron a Jesucristo una sepultura digna, pero no a través de los conductos oficiales de la Iglesia. que fue la encargar los textos de expurgada que no cumplían el cometido de afianzar su doctrina. No en vano Nicodemo tuvo su propio evangelio, conocido también como Hechos de Pilato o Actasde pilato. Este evangelio apócrifo del siglo VI colocar como personaje principal y. desde ahí, su figura se irradió hacia numerosas tradiciones orales y escritas durante la Edad Media.
Son estas mismas tradiciones las que nos explíca que José de Arimatea guardó los clavos, la cruz, la lanza, la corona de espinas, el sudario, y hasta el cáliz en el que Jesús había consagrado el vino de la Última Cena el mismo en el que José habría recogido después la sangre que manó del costado tras la lanzada. También se aventuran a narrar su triste peripecia después de que fuera acusado de robar el cadáver de Jesucristo.
La leyenda prosigue cuando José de Arimatea recibió la visita de Cristo tras la Resurrección y éste le desveló qué símbolos iban a quedar por siempre. inculcados a su acción: el cáliz, la hostia, el lienzo...
Es razonable pensar que estas tradiciones estaban bien arraigadas en el inconsciente colectivo del medievo europeo, incluso antes de que Jacobo de la Vorágine triunfara con su Leyenda Áurea, porque anterior a esta obra había sido Perceval o el cuento del Grial, del francés Chrétien de Troyes. en uno de cuyos capítulos se hacía referencia a una lanza que sangraba y que, de forma subliminal. parecía advertir que había sido la utilizada durante la crucifixión de Jesús: . . . y todos los que estaban allí veían la lanza blanca y el hierro blanco. y una gota de sangre salía del extremo del hierro de la lanza...’. Tras esta escena entró en la sala la doncella que llevaba el grial y ambas reliquias quedaron definitivamente asociadas y convertidas en objetos de excepcional naturaleza.
Los evangelios canónicos no esclarecen si fue el centurión Cayo Casio Longinos el encargado de alancear al Mesías; sólo hacen referencia a que se cumplieron las Escrituras. En los evangelios sinópticos -Marcos, Mateo y Lucas- se habla del centurión que estaba guardando a Jesús; quien el de Juan, se rebaja a la categoría de soldado a quien lo atravesó con una lanza. Todos estos aditamentos que embellecieron y dieron vigor a los evangelios canónicos florecieron en los apócrifos primero, y de ahí, pasaron al folclore nuevamente adornados..
El trasiego de las reliquias con que se había operado la pasión y crucifixión de Jesucristo iluminó durante siglos la imaginación europea. La primera noticia de su búsqueda tenemos que situarla en el siglo IV d. de C., cuando Elena -madre del emperador Constantino y posteriormente santificada- se empleó en su búsqueda con la ayuda, al principio hostil, del hebreo Judá, el único que conocía el lugar exacto donde estaba la Cruz.
Sin embargo, nada de esto hubiera ocurrido si a Constantino no se le hubiera aparecido en sueños un ángel la víspera de la batalla contra Majencio. En ese sueño le fue revelado que si combatía al enemigo con el signo de la cruz obtendría la victoria. El ejército bárbaro de Majencio sucumbió en Puente Milvio en el 312. Un año después el emperador se convirtió al cristianismo y concedió la libertad para el ejercicio de la fe cristiana. También son las leyendas las encargadas de advertirnos que santa Elena descubrió las reliquias gracias a las claves que José de Arimatea le dejó.
En cualquier caso, el primer testimonio de la existencia de la Santa Lanza nos lo facilita san Antonio de Piacenza que, en el siglo VI, en una descñpción de los lugares santos de Jerusalén, indica que la ha visto en la basilica del Monte de Sión junto a la corona de espinas.
En el siglo XIX cuatro lanzas se disputaban el cuestionable
honor de haber traspasado a Jesucristo. Una se encontraba en el Vaticano,
pero ni siquiera la Iglesia le había concedido legitimidad. En París
se hallaba la que san Luis había llevado hasta Francia en el siglo
XIII, de regreso de una de las Cruzadas. La de Cracovia
-Polonia- era una mera replica de la de los Habsburgo, que se hallaba en el
palacio Hofburg de Viena, integrada en las insignias de esta dinastía.
Esta última era la que tenía una historia más clara después
de ser hallada en Antioquía en 1098 durante la primera Cruzada y trasladada
a Europa. No obstante, las tradiciones germánicas objetan que esto
es imposible, porque ya la llevó anteriormente en sus campañas
Carlomagno, en el siglo IX. Más tarde estuvo en poder de Heinrich el
Cazador, fundador de la Real Casa de Sajonia, y tras pasar por las manos de
cinco monarcas sajones llegó a la de los Hohenstauffen de Suabia. Federico
Barbarroja, miembro de esta dinastía, la tuvo en su poder y se hizo
acompañar de ella en todas sus campañas, hasta que cometió
la torpeza de dejarla caer al vadear un río unos minutos antes de morir.
Idéntico destino que el de Carlomagno.
¿QUE COSTADO DE CRISTO FUE ALANCEADO?
Ni los evangelios canónicos, autorizados por la Iglesia en el Concilio de Nicea en el año 325, ni los apócrifos esclarecen en qué costado recibió Jesucristo la lanzada, pero sólo hay que observar en la iconografía la escena de la crucifixión para percatarnos de que ésta siempre aparece en el costado derecho. Ya los antiguos libros iluminados del medievo marcaron la tradición de la que no se apartó el arte posterior del Renacimiento o del Barroco. Antes es inútil buscar indicios porque cabe precisar que hasta el año 680, fecha en que se celebró el Sexto Sínodo de Constantinopla, Jesús era venerado en la forma del cordero Pascual, símbolo de la identidad redentora. El cambió fue sustancial y la figura de Jesús crucificado marcó una nueva exigencia emocional para la cristiandad. Ni siquiera durante la Contrarreforma se sintió pudor por exhibir la agonía de Jesús, y eso que en diciembre de 1563, los últimos debates del Concilio aparcaron los temas teológicos y se emplearon en definir el papel de las imágenes en los templos. ¡Ni un desnudo más en el arte religioso!
Se reguló que sólo se podía exhibir la anatomía en la escena de la lamentación y la crucifixión, después de unas décadas en que muchos artistas habían trabajado a su albedrío. Ni tan sólo la Capilla Sixtina se salvó del repentino arrebato, y Daniel de Volterra -conocido como II Braguetone- se ocupó de pintar unos velos decorosos en la escena del Juicio Final.
Desde un punto de vista médico, la opinión de los expertos es que, tras un lanzazo en algún espacio intercostal, tendríamos diferentes resultados dependiendo de su emplazamiento:
Si se hubiera localizado en el lado izquierdo, lo más probable es que le hubiera atravesado el corazón provocándole una muerte inmediata.
Si hubiera atravesado el pulmón
izquierdo habría podido ocasionar la emisión de sangre y agua.
El agua podria proceder de un derrame pleural localizado entre la pleura o
funda del pulmón y el propio pulmon-, posiblemente a causa de los azotes
y torturas previos a la crucifixión. Pero, en cualquier caso no
hubiera sido tan fácil para los testigos distinguir la emisión,
por separado. del agua y la sangre. Es difícil atravesar pleura sin
llegar al pulmón De haber sido así, el lanzazo necesariamente
hubiera hecho que primero manara la sangre y después el agua en efecto.
así lo dice el evangelio, pero la sangre presenciada por los testigos
se habría diluido con la propia agua rebajando su intensidad rojiza.
Contando con la posición y los sufrimientos previos del crucificado cabe pensar que se presentara un edema pulmonar agudo, pero la secreción y acumulación de líquido que se produce en ese caso no habría podido salir tras el lanzazo al exterior, ya que se puede comparar más al líquido que empapa a una esponja por su distribución en el pulmón, que a un verdadero depósito.
De producirse el lanzazo en el costado derecho, como apunta la tradición, habría tenido lugar una lesión a nivel pleural y pulmonar. Sería factible que el crucificado continuase viviendo un tiempo después de haberla recibido al no haber tenido la oportunidad de tocar un órgano vital como el corazón.
El dilema teológico que se deriva de esta última posibilidad es que el soldado romano clavó la lanzada a Jesucristo porque supuestamente ya estaba muerto, es decir, se ensañó con un cadaver, pero científicamente los muertos no sangran y una lesión en el costado derecho mantenía alguna expectativa de supervivencia. Cuando en el siglo VII se optó por sustituir la forma del cordero redentor por la de la crucifixión es obvio que no se tuvo en cuenta que en los siglos posteriores las consideraciones de carácter científico podrían suscitar la polémica.
Si atendemos el análisis de la Sindone de Turín -de haber cubierto realmente el cuerpo de Jesús-, se podría demostrar que la lanza atravesó el quinto espacio intercostal derecho. En conclusión: el costado en que Jesucristo recibió la lanzada lo marcó la tradición y la simbologia inherente a la Iglesia, que vinculó lo izquierdo a lo oscuro y siniestro, y lo derecho a lo divino y espiritual.
La lanza del tesoro de los Habsburgo es apenas una hoja de hierro, unida por una vaina de plata, porque está partida en dos.
La fascinación de Adolf Hitler por esta reliquia comenzó en 1913, cuando vivía en Viena. El era entonces un fracasado pintor corroído ya por los prejuicios raciales, como pudo testimoniar años después Walter Johanes Stein, que lo había conocido en la capital austriaca antes de estallar la Primera Guerra Mundial. Este personaje, autor del opúsculo titulado Historia del mundo ala luz del Santo Grial que se publicó en 1928, conoció al futuro führer, casualmente, por las inclinaciones esotéricas que ambos compartían. Stein había comprado en una librería de libros usados una edición de Parzival de Wolfram von Eschenbach, en la que su anterior propietario había escrito atormentados comentarios que evidenciaban una iniciación oscura y secreta. En las guardas del libro aparecía el nombre de Adolf Hitler, pista que sirvió para que el librero los pusiera en contacto.
Según Stein, en esa época Hitler ya tenía plena conciencia
del poder sobreCuando en marzo de 1938 Austria fue incorporada al Reich, la
Santa Lanza de los Habsburgo estuvo un poco más cerca de Hitler. En
octubre de ese mismo año la expolíó del palacio Hofburg
yen un tren blindado por una guardia de las SS cruzó la frontera camino
de la iglesia de Santa Catalina de Nüremberg -hogar espiritual del pueblo
alemán- donde fue colocada, momentáneamente, en el vestíbulo,
antes de construir la cámara acorazada que la guardaría hasta
el final de la guerra. En este mismo lugar, bajo sus ruinas humeantes aún,
la halló el 30 de abril de 1945 el teniente William Horn, que al mando
de la Compañía C del Tercer Gobierno Militar la tomó
en nombre de los EEUU. Por incrédulos que seamos, hay que advertir
que ese mismo día, a muchos kilómetros de la ciudad donde en
breve iba a tener lugar uno de los procesos criminales más importantes
de la historia,Adolf Hitlerse quitaba la vida junto a Eva Braün, con
quien unas horas antes había contraído matrimonio.
LA LEYENDA DE LA CRUZ
Según el folclore, la cruz
en que Jesucristo fue crucificado tuvo una historia anterior que se remonta
a los tiempos bíblicos del Génesis:
El primer hombre pidió los óleos de la salvación al arcángel
Miguel quien se los negó, pero a cambio le procuró las semillas
del árbol que le había hecho pecar y que su hijo Set tenía
que plantar en su boca tan pronto muriera.
Con el tronco de este nuevo árbol, andando los tiempos, se construyo el puentecillo sobre el que la reina de Saba tuvo una premonición conmovedora que no tardó en participar al rey Salomón. Con ese mismo tronco había de construirse algún día la cruz donde Cristo sería crucificado. Salomón interpretó su visión como un mal augurio que anunciaba el fin del reino de Israel y mandó enterrarlo.