No son pocos los expertos y académicos de todo el mundo que consideran La Última Cena de Leonardo da Vinci la mejor pintura de la historia. Sus personajes y su composición han cautivado a miles de amantes del arte, hechizándolos con un secreto que parece intuirse en sus pinceladas y que dota a la escena de una magia especial. Es precisamente ese secreto lo que ha cautivado a autores como Dan Brown y Javier Sierra, que han sometido a la consideración de sus lectores interesantes teorías formuladas respecto a esta obra pictórica.

Leonardo da Vinci, pintor, escultor, arquitecto, ingeniero y erudito, una de las mentes más grandes del Renacimiento, nació en Vinci, cerca de Florencia, en 1452. Murió en Cloux, cerca de Amboise (Francia), el 2 de mayo de 1519. Su padre era notario, y su madre, campesina. Pocos hombres han tenido un talento tan variado y han acumulado tanto conocimiento. Creó toda una metodología artística, combinó la realidad con la poesía y utilizó ambas para llevar a cabo amplias investigaciones sobre la naturaleza y reproducir la vida según sus mismas leyes.

Desde 1495 a 1497 Leonardo trabajó en su obra maestra, La Última Cena, pintura mural para el refectorio de Santa Maria delle Grazie, de Milán; una iglesia singular que se comenzó a construir en el periodo gótico, el mismo año en que se descubrió América, y que fue terminada por Bramante en pleno Renacimiento. En la época de Leonardo la obra ya era considerada una obra maestra. Casi desde aquellos años se ha intentado ver toda clase de mensajes inscritos en sus personajes, se ha intentado interpretar sus gestos, sus miradas, la posición de sus cuerpos, de sus manos. Se dice que Leonardo conocía el peligro que tenía revelar algunos de los secretos a los que él tuvo acceso. Por ello muchas de sus anotaciones particulares y algunas de sus obras públicas están realizadas en una clave secreta. Esto permite ocultar a la vista general la información que el artista plasma para un futuro lector, quien, con la clave indicada, podrá descifrarla en su momento. Leonardo, un hombre sabio, dejó reflejado en su pintura, en forma de diálogo, su parecer sobre la traición que sufrieron las enseñanzas de Jesús. La Última Cena es una interpretación de un momento místico y el autor tuvo que estudiar a sus personajes para poder dotarlos de carácter. Por ejemplo, la composición de la figura de Jesús está inscrita dentro de un triángulo equilátero, que en la geometría sagrada es la representación de la divinidad, de lo trascendente.

Desde 1493 a 1497 Leonardo da Vinci trabajó en su obra maestre, La Última Cena, pintura mural para e refectorio de Santa Maria de e Grazie, una iglesia singular que se comenzó a construir en Milán en el periodo gótico

De hecho, el cuadro ni siquiera se titula La Última Cena. Es más adecuado conservar el nombre original, El cenáculo, con la doble idea de cena y de una reunión de diálogo.

Curiosamente, y a pesar del gran esfuerzo que realizó Leonardo en esta obra, el mural comenzó a deteriorarse apenas 20 años después de ser terminado, seguramente porque el autor introdujo alguna de sus innovaciones en el óleo, innovaciones que resultaron también desastrosas en el campo de la escultura. Pero su genio le llevaba siempre a innovar.

En 1726 y 1770 la obra sufrió lamentables restauraciones y en 1797 un destacamento francés ocupó el convento y utilizó el refectorio como establo; ni siquiera las órdenes de Napoleón Bonaparte pudieron impedir que sus hombres mutilaran la pintura. Sólo en años recientes se han tomado precauciones para conservar los restos.

AL SERVICIO DE LOS SFORZA

Pero a pesar de su deterioro la obra sigue impresionando porque aún guarda la atmósfera, la emocionante tonalidad y un raro patetismo que sugieren la presencia del genio. En un drama de esta clase, “sentado”, cuyos temas son la inquietud interior, la sorpresa y la angustia, basta con mostrar a los personajes de medio cuerpo.

La Última Cena no sólo es una de las cumbres del arte mundial, sino una pintura llena de secretos

Los bustos, los rostros y las manos son suficientes para manifestar la emoción moral. La mesa, con su mantel damasquinado que oculta casi completamente las extremidades inferiores, le ofreció al ingenioso artista un recurso que supo utilizar bien. La dificultad bajo esas condiciones era conseguir constituir un todo con las 13 figuras sentadas. La mayor debilidad de los pintores antiguos era la composición. Cada compañero de mesa aparecía aislado de su vecino.

La Última Cena de Leonardo da Vinci impresiona por su peculiar atmósfera, su emocionante tonalidad y un extraño patetismo

La pintura mide unos ocho metros de longitud por cuatro de altura. Su base es una gruesa capa de temple al huevo y yeso seco. Debajo de la capa principal hay un rudimentario bosquejo compositivo en color rojizo en el que apenas se apuntan algunos detalles de cómo sería el cuadro final.

Se cree que la obra fue un encargo de Ludovico Sforza, duque de Milán, en cuya corte encontraría la fama el genial Leonardo, y no de los religiosos del convento.

Miles de visitantes acuden cada año a su encuentro con La Ultma Cena

En una carta, de la cual existe una copia en el famoso Codex Atlanticus, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, figuran los términos en los que Leonardo ofreció sus servicios a Sforza. Entre otras cosas, se dice lo siguiente: “Tengo un proceso para construir puentes muy ligeros, portátiles, para la persecución del enemigo; otros más sólidos, que resistirán fuego y ataque y pueden ser fácilmente montados y desmontados. En caso de batalla naval tengo muchos artefactos de gran poder tanto para el ataque como para la defensa: embarcaciones a prueba del fuego más abrasador, la pólvora o el vapor. Además me comprometo a realizar un caballo de bronce a la eterna memoria de su padre y de la muy ilustre Casa de Sforza, y si cualquiera de las cosas antes mencionadas parece impracticable o imposible le ofrezco dar una prueba en el parque de su excelencia o en cualquier otro lugar agradable a su señoría, a quien me encomiendo con toda humildad’.

UNO DE VOSOTROS ME TRAICIONARA

El motivo del cuadro es el momento en el que Jesús anuncia a sus discípulos que uno de ellos le traicionará. Son este terrible anuncio y las reacciones que suscita entre los congregados alrededor de la mesa lo que Leonardo decidió congelar en el tiempo. Para dar mayor verosimilitud a los personajes el pintor estudió a sus contemporáneos, sus rostros, sus poses y sus actitudes, para incorporarlos al cuadro. Las identidades de los personajes representados en el cuadro constituyen uno de los temas más controvertidos, pero los expertos suelen estar de acuerdo en que, de izquierda a derecha, son: Bartolomé, Santiago el Menor, Andrés, Judas Iscariote, Pedro, Juan, Tomás, Santiago, Felipe, Mateo, Judas Tadeo y Simón.

Leonardo dividió a sus personajes en cuatro grupos, dos a cada lado de Cristo, y unió estos grupos para imprimir al entorno general una cierta continuidad, animada por un único movimiento. La palabra fatal proferida por Cristo, sentado en el centro, produce un tumulto que simétricamente rechaza y agita los dos grupos más cercanos, y que declina al comunicarse a los dos grupos más lejanos. Estupefacción, pena, indignación, negación, venganza. Una gran variedad de expresiones, profundidad de análisis, veracidad de los tipos y las fisonomías.

Para muchos, los personajes representados en el cuadro, de izquierda a derecha son: Bartolome, Santiago el menor, Andres, Judas iscariote, Pedro, Juan, Tomas, Santiago, Felipe, Mateo, Judas Tadeo y Simon.

Leonardo da Vinci hizo multiples bocetos para no dejar nada al azar

Algunos expertos aseguran que en el cuadro se da una importancia primordial a la Eucaristía, ya que Jesús señala las viandas que hay sobre la mesa. Otros sostienen que no, que la traición es el único tema del cuadro. En cualquier caso, se trata de una obra meticulosamente planeada. En la inagotable reserva de los cuadernos de bocetos de Leonardo se halla una hoja mucho más antigua, probablemente de 1480, que contiene tres dibujos relacionados entre sí: un grupo sentado en torno a una mesa, una figura apartada con la cabeza entre las manos y otra que sin duda es Cristo, señalando el plato con el dedo. Los historiadores del arte coinciden en que la mejor posición para ver el cuadro es a unos cuatro metros sobre el nivel del suelo y a unos nueve metros de distancia. También se dice que las proporciones obedecen a un canon musical, aunque la mayoría de los críticos no está de acuerdo.

¿ Fue Maria Magdalena la verdadera guardiana del santo Grial por llevar en su vientre la descendencia de Cristo

Muchos afirman que este cuadro fue pintado por Leonardo para propagar las ideas heréticas de los cátaros, que renegaban del catolicismo. Por ejemplo, ni los apóstoles ni Cristo tienen la aureola de divinidad que los distingue como hombres santos y puros, y que la Iglesia exigía a los artistas. Se dice que Leonardo da Vinci se autorretrató como Judas Tadeo dando la espalda a Jesús. Se dice también que por eso no hay un Santo Grial representado en el fresco y que el verdadero Santo Grial (Sangre Real) está representado por la imagen de María Magdalena, quien se encargó de darle descendencia a Cristo.

Muchos afirman que este cuadro fue pintado por Leonardo para propagar las ideas hereticas de los cataros, que renegaban del catolicismo

En el libro La revelación templaria, los autores Olive Prince y Lynn Picknett exponen diversos elementos cifrados dentro de esta obra. Por ejemplo, sostienen que la figura que se encuentra a la derecha de Jesús es en realidad una mujer, no sólo por su aspecto andrógino, de piel clara y sin vello, sino también porque viste ropajes más coloridos que el resto de los personajes. Incluso parecen adivinarse unos pechos femeninos bajo dichos ropajes. Para Prince y Picknett esta mujer es María Magdalena. Además, cerca de la figura que correspondería a Pedro hay un brazo que empuña un cuchillo y que parece no pertenecer a ninguno de los cuerpos de los presentes. La mano izquierda de Pedro se encuentra a la altura de la presunta María Magdalena en un gesto amenazante. Al otro lado, Tomás se enfrenta a Jesús con el dedo alzado hacia el cielo.