Algunos lugares encierran esa magia capaz de trasladarnos a tiempos remotos, pese al desarrollo y los avances del siglo XX. Esta conjunción bien medida entre tradición y desarrollo puede respirarse aún hoy en algunas de las aldeas más perdidas e incomunicadas de España.

Las Hurdes es una comarca formada por decenas de pequeños pueblos y alquerías en las que apenas habitan una decena de vecinos. Otros pueblos no han resistido el paso del tiempo y se encuentran abandonados desde hace décadas. Sus habitantes decidieron irse a la ciudad en busca de un futuro más prometedor.

Es una especie de yacimiento arqueológico en la mente de los vecinos de la comarca. Algunos expertos atribuyen estos fenómenos a alucinaciones o a cuestiones relacionadas con la superstición. Otros, menos racionalistas, entienden la realidad de estos hechos y aportan respuestas mucho más interesantes.

Los aldeanos no mienten cuando aseguran que se han topado con el Macho Lanú al ir a destapar un pozo de madrugada. O cuando afirman que un niño blanco o seres de dos metros de altura les han salido al paso en mitad de un camino.

Otros dicen haberse encontrado con luminarias en mitad de la noche que les han provocado pánico, como sucedió en la aldea de Rivera Oveja cuando a principios del siglo XX todo el pueblo salió a ver cómo en lo alto del monte una misteriosa luz recorría el término municipal de un extremo a otro entre las copas de los árboles.

Seres mitológicos aún siguen Habitando los solitarios caminos y las tupidas sendas hurdanas, y en ocasiones sorprenden a unos Habitantes que parecen conservar en su imaginario colectivo este resto de antropología viva

Nano Jiménez, natural de casar de Palomero, fue uno de los entrevistados que más se volcaron en la realización de este reportaje. El nos puso en contacto con los testigos de lo imposible. Para ir abriendo boca, Jiménez nos confesó que su propia bisabuela le había narrado con todo lujo de detalles aquella experiencia que levantó en armas a todo el pueblo de Rivera Oveja y a las alquerías aledañas a principios del siglo XX. Muchos de sus vecinos, alarmados por la persistencia de los fenómenos, decidieron poner tierra de por medio y emigrar al pueblo de allado. Otros se armaron de valor y subieron, escopeta en ristre, a desentrañar el enigma con ayuda del plomo y la pólvora. El suceso fue recordado por los más ancianos del lugar y se transmitió de generación en generación; éste y el resto de encuentros nocturnos con el bestiario mitológico hurdano.

También hubo valientes que, desafiando las leyes de la naturaleza, se enfrentaron en solitario a esas fuerzas. El Colás, a principios de siglo, le plantó cara a una luminaria que le salió al paso una noche mientras cruzaba el cauce de un río. Al alzar su garrote la luz le atacó, desmontándolo violentamente de su cabalgadura. La bestia, quizá entendiendo la procedencia de aquello, desapareció despavorida al galope. El Cotás falleció pocas horas después aquejado de un mal que el médico local no pudo diagnosticar.

A principio del siglo XX todo el pueblo salio a ver como en lo alto del monte una misteriosa luz recorrio el termino municipal de un extremo a otro entre las copas de los arboles

Sin embargo, estas historias también poseen su lado cómico. Nano Jiménez recordaba un curioso pasaje de su infancia que sin duda le marcó, pese a rememorarlo entre risas. Como en todos los pueblos de España, los mozos tenían que colaborar en las tareas del campo. Una noche su padre le ordenó que saliera a regar unas cortinas de sembrado aprovechando el turno de agua que les correspondía y el frescor de la noche, adecuado para el mejor desarrollo del cultivo. A sabiendas de la infinidad de seres del otro mundo que podría encontrarse de camino, se dirigió a regañadientes hasta el sembrado con la única luz de un candil. Allí, al destapar la acequia, muerto de miedo, vio una luz que se sacudía a ras del suelo a escasos metros de él. Lanzó la azada y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Ya en casa, su padre le reprochó tal comportamiento. Aquella luz provenía de un malintencionado bromista de la aldea, que, para regar mejor su propio sembrado y obtener más caudal, había montado todo un teatro en la espesura del monte. Aquella broma de mal gusto le valió al desalmado vecino para regar el doble de tiempo.

En el pasado muchos lugareños afirmaron haber sido testigos de las apariciones del Macho Lanú, una criatura monstruosa que parecía un cruce entre un hombre y una cabra

Los flujos migratorios de repoblacion de finales del siglo XV tras las guerras de religion que asolaron España, debieron de traer hasta Las Hurdes a cientos de aldeanos de la franja norte peninsular

Durante el rodaje hablamos con algunos jóvenes de Casar de Palomero que reconocían haber sentido terror al encontrarse con las luces. Una noche, estando de caza en un paso de jabalíes en las proximidades del río, dos muchachos observaron cómo una luz subía lentamente serpenteando sobre el cauce corriente arriba. La luz se les venía encima y ambos eran conscientes de la suerte que había corrido El Colás, así que, sin pensarlo, se lanzaron al agua escopeta en mano. Cuando la luz pasó sobre sus cabezas escucharon un tremendo zumbido un detalle curioso que coincide con los testimonios de otras personas que aseguran haber presenciado luces nocturnas y se perdió en su errante discurrir.

En la década de 1980 algunos investigadores sentenciaron que las luces estaban relacionadas con el fenómeno ovni. Tampoco dudaron al calificar su origen de extraterrestre. Sin embargo, los antropólogos saben que este tipo de visiones se ha repetido a lo largo de toda la historia de la humanidad. De hecho, se sospecha que en algunas de las apariciones marianas catalogadas, que posteriormente han generado peregrinaciones masivas, en realidad lo que se ha visto son estas bolas luminosas. Tan sólo los cambios en los sistemas de creencias de cada época y generación podrían llevar a catalogarlas y definirlas de una manera u otra.

Asimismo, se sospecha que los flujos migratorios de repoblación de finales del siglo XV, tras las guerras de religión que asolaron España, debieron de traer hasta Las Hurdes a cientos de aldeanos de la franja norte peninsular, sobre todo de Asturias y Cantabria. Y portaron consigo su primitivo imaginario colectivo y su panteón de dioses de la naturaleza.

El dios supremo era Pan, encarnado en la grotesca figura de un macho cabrío bípedo con grandes cuernos y apariencia humana, que representaba a la naturaleza misma. Este dios llevaba un séquito de faunos, ninfas, hadas y todo un rosario de seres fantásticos.

Los yacimientos arqueológicos de la zona demuestran que los habitantes creían en estos seres. Además, aún hoy se conservan centenares de petroglifos diseminados sobre superficies de granito, una especie de memorias grabadas en piedra de las personas que vivían en la comarca hace miles de años, antes de los mencionados flujos migratorios.

Por las calles de los pueblos hurdanos aun quedan restos del pasado mitico.

En dichos petroglifos aparecen representadas figuras de todo tipo: escaleras que van al cielo, estrellas, seres con aureolas luminosas que desprenden rayos... Los antropólogos señalan que se trata de visiones del mundo sagrado, del otro lado, de lo trascendente, de lo incognoscible; en definitiva, del mundo de los dioses.

Para dar sentido a todas esas visiones inexplicables, algunas noches de invierno los vecinos se reunían al calor del fuego en una casa y, en compañía de los mas pequeños, narraban todo tipo de leyendas

También en la década de 1980 varios profesores de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca estudiaron las figuras conocidas como idolillos. En sus conclusiones reflejaron que posiblemente se tratara de marcas para delimitar los territorios, como una especie de carteles indicativos que no era conveniente traspasar. Esto es tan sólo una hipótesis. Las ciencias sociales siempre se han encontrado con este problema a la hora de interpretar los símbolos de piedra de ciertas civilizaciones y lo más probable es que la respuesta sea mucho más sencilla.

Puede que los primitivos hurdanos sintieran la necesidad de dejar plasmado en piedra para toda la eternidad aquello que les asustaba, quizá como método para integrar el miedo que les producían eventuales encuentros.

La piedra de las iglesías hurdanas es una biblioteca perenne del folclore de la zona

Esto es fácilmente comprensible si contemplamos una iglesia románica. Muchos desconocen por qué en su interior existen tallas que representan a la Virgen María, a los santos o a Cristo crucificado. La realidad es que simbolizan aquello que sí tiene sentido para el mundo inconsciente de todo ser humano que lo contempla: el sistema de arquetipos.

Para dar sentido a todas esas visiones en las pequeñas aldeas de Las Hurdes, algunas noches de invierno los vecinos se reunían al calor del fuego en una casa y, en compañía de los más pequeños, narraban todo tipo de leyendas acerca de seres sobrenaturales y encuentros con el otro mundo. Es lo que se conoce como seranos. Por desgracia, esta tradición se está perdiendo. La individualidad que define a la sociedad actual terminará por desterrar de la historia de este pueblo su peculiar identidad cultural.