Bajo nuestros pies, a kilómetros de profundidad, se extiende todo un inmenso territorio aún por explorar. Para los geólogos es un mundo de magma a temperaturas increíblemente altas e incapaz de albergar vida alguna. Sin embargo, existen testimonios de viajeros y antiguas leyendas que hablan de una realidad muy distinta, de otro mundo con su vegetación y su fauna, poblado por civilizaciones secretas que nos espían desde las profundidades.

Probablemente una de las teorías científicas más extrañas jamás enunciadas sea la que se refiere a la posibilidad de que la Tierra sea hueca. En 1692 el astrónomo británico Edmond HaIley, famoso por predecir mediante cálculos matemáticos el retorno del cometa que lleva su nombre. fue el primero en enunciar esta teoría. Uno de los principales intereses científicos de Halley era el campo magnético terrestre, un fenómeno natural que le fascinaba. Tras años de cálculos y observaciones, el astrónomo llegó a la conclusión de que la única explicación para las variaciones periódicas que experimenta el campo magnético terrestre es que la Tierra sea una esfera hueca con otra más pequeña en su interior que cuente con su propio campo magnético.

Internándose en terrenos mucho más especulativos, Halley también sugirió que el interior de nuestro planeta podría estar habitado por seres vivos e iluminado por fenómenos químicos o electrostáticos. Curiosamente esta teoría, aunque rechazada por la corriente principal de la ciencia, se ha mantenido en un segundo plano y ha sido recogida periódicamente por diversos investigadores que añaden sus propias variaciones sobre el tema. En el siglo XVIII el matemático suizo Leonhard Euler propuso la existencia de un sol interior en el centro de la Tierra, hipótesis recogida años después por el también matemático sir John Leslie, cuyos cálculos indicaban que había no uno, sino dos soles, a los que incluso bautizó con los nombres de Plutón y Proserpina.

Hace apenas unos siglos la teoría de la Tierra hueca estaba admitida científicamente

En el siglo XIX el empresario y aventurero John Symmes recogió el testigo de la Tierra hueca. Su aportación principal fue la creencia de que en ambos polos terrestres existen sendas aberturas de varios kilómetros de diámetro que dan acceso al mundo intraterrestre.

Su gran sueño no cumplido fue organizar una expedición para encontrar dichos agujeros. En 1846 el descubrimiento de un mamut congelado en Siberia disparó de nuevo la creencia en esta teoría. El escritor Marshall Gardner sugirió en un libro titulado Viaje al interior de la Tierra que la única explicación para que el mamut estuviera tan bien conservado es que hubiera fallecido recientemente. Gardner pensaba que en el interior de la Tierra vivían aún mamuts y otras criaturas extinguidas.

El astronomo britanico Edmond Halley aventurero en 1692 que la tierra esta hueca y en su interior habitan seres vivos.

Esa misma década vio la luz una nueva teoría sobre la Tierra hueca. El padre de la idea era un curioso personaje a medio camino entre el científico y el fanático religioso llamado Cyrus Teed, que fue uno de los primeros en proponer seriamente la posibilidad de que existiera una civilización intraterrestre de seres humanos. El también creía en un sol central que iluminaba ese mundo interior, pero añadiendo una insólita variación: el sol de Teed era mitad luminoso mitad oscuro y permitía la alternancia de noches y días. Finalmente Teed cambió su nombre por el de Koresh y fundó una secta con numerosos seguidores.

La culminación de estas extravagantes teorías llegó en la Alemania del Tercer Reich, donde se prodigó la creencia de que la Tierra es hueca y nosotros en realidad vivimos en su interior. En un célebre experimento, el doctor Heinz Fischer apuntó una cámara telescópica hacia el cielo para intentar fotografiar a la flota británica al otro lado del interior de la que él creía Tierra cóncava. Evidentemente no tuvo éxito, pero a partir de ese momento quedó establecido un sólido vínculo entre las teorías de la Tierra hueca y la Alemania nazi, con curiosas historias sobre platillos voladores creados por los ingenieros germanos y bases subterráneas en el Polo Sur.

En 1845 el descubrimiento de un mamut congelado en Siberia hizo creer a algunos que en el interior de la tierra vivían especies ya extinguidas

En la actualidad la ciencia oficial considera la teoría de la Tierra hueca una mera curiosidad de tiempos pasados. Las fotografías tomadas desde el espacio no muestran nada parecido a las famosas aberturas en los polos y la geología moderna indica que la Tierra es esencialmente un cuerpo sólido. Por Internet circulan algunas leyendas urbanas sobre el tema, como una famosa fotografía de la NASA que muestra un gigantesco agujero negro en el Polo Norte, presentado como una entrada a la Tierra hueca. Esta foto es en realidad un montaje de instantáneas tomadas durante 24 horas con el propósito de que todas las secciones fueran vistas de día. El agujero negro corresponde a la zona ártica que está en perpetua oscuridad durante los meses de invierno.

Se llegó a afirmar que la entrada al interior de la Tierra estaba en el Polo Sur

Sin embargo, la idea de una Tierra hueca sigue cautivando la imaginación popular, en parte gracias a Julio Verne y su Viaje al centro de la Tierra, novela en la que el genio francés expuso la posibilidad de que la vida e incluso los seres humanos tengan acomodo en las profundidades de nuestro planeta. Tradicionalmente los científicos han desestimado la idea de que la vida pueda prosperar bajo tierra, sin luz solar que aporte energía. Pero recientes descubrimientos han hecho replantearse esa idea. En diversas grutas se han encontrado bacterias comedoras de roca y ecosistemas enteros que han pasado millones de años aislados de la superficie terrestre.

Todo ello ha abierto la esperanza de encontrar no sólo vida en el interior de la Tierra, sino también en el interior de otros planetas como Marte. De hecho, el meteorito marciano encontrado en la Antártida sugiere que las bacterias podrían haber sobrevivido sin problemas bajo la superficie del planeta rojo.

En la actualidad la ciencia oficial considera la teoría de la Tierra hueca una mera curiosidad de tiempos pasados

Pero éstas no son ni mucho menos las últimas sorpresas que nos depara la ciencia sobre el tema de la Tierra hueca. Recientes descubrimientos parecen indicar que los antiguos soñadores que aventuraron esta teoría podrían no estar tan equivocados.

La Tierra se expande

Existe una teoría que, al igual que la de la Tierra hueca, ha merecido durante décadas la burla de los geólogos pero que últimamente está cobrando nueva pujanza. A todos nos enseñaron en el colegio que los continentes flotan en un mar de magma sobre el que se desplazan, alejándose unos de otros. También nos enseñaron que en tiempos remotos todos ellos estaban unidos formando una única extensión de tierra llamada Pangea. Esta teoría se sustenta en el hecho incontrovertible de que las dos orillas del océano Atlántico encajan a la perfección, como piezas de un rompecabezas. Sin embargo, existe una anomalía que ensombrece esta teoría, y es que esta misma coincidencia se da igualmente entre las placas continentales que se encuentran a ambos lados del océano Pacífico, algo sumamente difícil de explicar. Sin embargo, la sorpresa fue mayúscula cuando alguien tuvo la feliz idea de llevar a cabo una simulación informática que reprodujera lo que sucedería si los continentes se encontrasen en una esfera que poco a poco fuera reduciendo su tamaño, como un globo al deshincharse. A medida que la Tierra se iba encogiendo los continentes encajaban con prodigiosa precisión hasta que, finalmente, terminaban por formar una esfera perfecta de tamaño mucho más reducido que el planeta actual.

Algunas secta han mantenido la teoria de la Tierra hueca como parte de sus creencias
La astronomia y la geologia moderna han rechazado la teoria de la tierra hueca

La teoria de la tierra hueca ha encontrado nuevos aliados entre los defensores de la expancion del planeta

La hipótesis de que la Tierra se expande se remonta al menos a 1933, una época en la que la teoría de la deriva de los continentes recibía tratamiento de idea ridícula e impensable por parte de la comunidad científica. En estos años las cosas han cambiado mucho. La deriva continental está entronizada en el campo de la geología e irónicamente muchos de sus defensores más vehementes se aplican con igual entusiasmo en contra de la expansión de la Tierra, haciendo caso omiso de las lecciones de la historia, que en materia de teorías científicas nos enseña a no aferrarnos con demasiada fuerza a ninguna hipótesis.

Como ya hemos comentado, las pruebas que indican que la Tierra se ha dilatado significativamente durante las pasadas eras geológicas proceden del inocente pasatiempo de encajar las placas continentales unas con otras a modo de piezas de rompecabezas. Si uno toma los trozos de corteza continental y oceánica y trata de unirlos para descubrir qué aspecto tuvo nuestro planeta hace millones de años, termina por descubrir que es una tarea especialmente difícil, aun teniendo en cuenta la producción de corteza en las dorsales oceánicas. El rompecabezas presenta invariablemente una serie de brechas o huecos que no pueden ser rellenados.

La Hipótesis de que la Tierra se expande se remonta al menos a 1933

Hay quienes piensan que nuestro planeta no siempre tuvo el tamaño actual, sino que se ha ido expandiendo con el tiempo.

Sin embargo, estas brechas desaparecen casi como por arte de magia si uno intenta solucionar el rompecabezas suponiendo que la Tierra era más pequeña en el pasado. Aparentemente esto es una locura. ¿Por qué un planeta entero se hincharía como si fuera un globo? Hugh Owen, uno de los geólogos que actualmente defienden esta teoría, responde de este modo: “Las implicaciones geológicas y geofísicas de tal expansión de la Tierra son tan profundas que la mayoría de los geólogos y geofísicos huyen de esta hipótesis. Para que la reconstrucción requerida concuerde a la perfección, el volumen de la Tierra cuando todos los continentes se encontraban unidos debía ser solamente del 51 % de su valor actual, y el área de la superficie un 64% de la de hoy en día, todo ello hace 200 millones de años. Lo que realmente no cuadra con este hecho es la teoría que dice que el centro de la Tierra es una masa de hierro rodeada por una capa exterior de níquel que actúa de la misma manera que un fluido. Quizá estemos totalmente equivocados y el centro esté en un estado que nadie ha imaginado aún, un estado que pasa de épocas de alta densidad a otras de menor densidad empujando la corteza, la cáscara de la Tierra, cuando se dilata.

La teoría de la Tierra hueca ha encontrado de esta manera nuevos aliados entre los defensores de la expansión del planeta.

Si nuestro planeta se expande, ese proceso ha debido dejar por lógica algún espacio vacío en su interior. Tal vez una gigantesca caverna subterránea de proporciones inimaginables o puede que una intrincada red de galerías que conviertan nuestro mundo en una suerte de formidable queso de Gruyere.

No obstante, de ahí a imaginar que esos espacios se encuentren habitados por seres vivos, incluso seres inteligentes, es demasiado suponer... ¿O no?

El astronomo Edmund Halley creia que la Tierra estaba formada por un conjunto de esferas contenidas unas dentro de otras

LOS INTRATERRESTRES

Una Tierra hueca sería sin duda un gran hallazgo científico, pero lo que realmente cautiva la imaginación popular es la posibilidad de poblar ese territorio virgen con seres vivos y civilizaciones exóticas. Novelistas como Julio Verne, O. W. Leadbeater, Raymond Barnard o Nicholas Roerich han recogido en sus escritos esta posibilidad. Ellos no han sido ni mucho menos los primeros. Tradiciones esotéricas de los cinco continentes incluyen en sus creencias la existencia de ciudades perdidas bajo tierra, donde iniciados de increíble sabiduría y poder se ocultan para regir los destinos del mundo. Estas tradiciones también hablan de inmensos entramados de galerías, de cientos o miles de kilómetros de longitud, que interconectan diversas partes del mundo y dan cobijo a una civilización oculta. Los antropólogos se han encontrado con que ésta es una creencia prácticamente universal que se da en entornos geográficos tan apartados como la península de Yucatán, la cordillera del Himalaya, el Mato Grosso, Oriente Medio o los Andes.

Muchos han sido los aventureros que han partido en busca de esos míticos emplazamientos. Hitler mandó al menos dos expediciones al Himalaya en busca de la entrada a la ciudad de Agartha, donde esperaba encontrar nuevos aliados para sus planes de conquista. Según antiguas leyendas originarias de Asia central, existen bajo la corteza terrestre dos reinos, Agartha y Shamballah. Dependiendo de la versión del mito que se consulte, Agartha es el reino del bien y Shamballah el del mal, o viceversa. Hitler estaba convencido de que en el Tíbet existe una puerta custodiada por los lamas que conduce al reino de Agartha. La idea no se le ocurrió a él: desde hacía más de un siglo circulaban por Europa historias de este tipo.

En 1885 el marqués Alejandro Saint-Yves d’Alvédre recibió la visita de dos misteriosos personajes que decían proceder de Agartha y ser representantes del gobierno mundial. Ellos le revelaron toda suerte de detalles sobre esta civilización subterránea y su organización social y política. El buen marqués recogió todo lo que le habían contado sus visitantes en un libro de más de 200 páginas. Sin embargo, recién salida la edición de la imprenta, debió de arrepentirse y mandó que todos los libros fueran quemados, aduciendo que los secretos contenidos en su obra podían hacer más daño que beneficio a la humanidad. No obstante, algún volumen escapó de las llamas y terminó cayendo en manos de los nazis.

A principios del siglo XX algunos viajeros occidentales contaron que los lamas y los habitantes de aquellas inhóspitas regiones les habían hablado sobre túneles interminables que se extendían kilómetros bajo la superficie de la Tierra y terminaban en un reino de fábula en el que habitaba una raza de sabios que vivían de espaldas al mundo desde tiempos inmemoriales.

Segun antiguas leyendas originarias de Asia central, existen bajo la corteza terrestre dos reinos, Agartha y Shamballah

El continente americano tiene su propia civilización intraterrestre, que ha dado lugar a no pocas leyendas y diversas expediciones, algunas de ellas con fatal desenlace. La llaman Paititi en Perú, Omagua en Venezuela, Manoa en la Guayana y para nosotros es El Dorado. Diferentes nombres para una misma historia que se ha convertido en obsesión para muchos aventureros y exploradores, como el coronel Percy Fawcett, quien tras hacerse con una antigua carta del aventurero portugués Francisco Raposo en la que éste afirmaba haber hallado en 1754 una extraña ciudad de piedra en la zona noroeste del estado brasileño de Bahía, se embarcó en 1925 en una expedición de la que jamás regresó.

En épocas más recientes todos los aficionados al misterio recordamos las páginas que Eric von Daniken escribió sobre la cueva de los Tayos, en la frontera entre Perú y Ecuador, con cientos de kilómetros de galerías sin explorar y en la que se albergaría una auténtica biblioteca cincelada sobre láminas de oro y piedra que recogería los saberes de una civilización desconocida.

Todo ello indica que, aunque por lo general es al cielo adonde se dirigen nuestras miradas ensoñadoras en busca de lo desconocido, debajo de nuestros pies existe un universo del que nada sabemos y que podría deparar no pocas sorpresas.