Durante demasiado tiempo los habitantes de Gádor, en Almería, tuvieron que soportar miradas de odio, insultos y amenazas. Cada vez que el tren atravesaba la localidad, los viajeros se asomaban por las ventanillas y gritaban: “!Asesinos! ¡Criminales! ¡Sacamantecas!”. Los vecinos contestaban a los improperios a pedradas, hartos de que se les relacionara con un suceso luctuoso que ellos fueron los primeros en condenar.

Aunque, por fortuna, hoy ya no ocurre, aquella desagradable rutina terminó por introducir en el carácter de los habitantes de Gádor un punto de desconfianza. Examinan al forastero de arriba abajo en busca de cualquier pequeño detalle que les revele que se trata de un periodista que viene, una vez más, a preguntar por el hombre del saco. El pueblo serrano sigue ofreciendo hospitalidad al visitante, pero si éste lleva una cámara en su equipaje no falta en sus calles quien tuerce el gesto, quien baja la mirada e incluso quien lanza una súplica al aire: “Por Dios, hagan el favor de dejarnos en paz”. Y es que a veces un crimen es capaz de cambiar para siempre a la gente de un lugar.

En Gádor examinan a forastero de arriba abajo en busca de cualquier pequeño detalle que les revele que se trata de un periodista que viene, urna vez mas, a preguntar por el hombre del saco.

Los protagonistas de esta horrible historia formaban un grupo siniestro de charlatanes supersticiosos que vendían salud a quien pudiera comprarla. Es muy posible que se creyeran sus propias mentiras, que realmente se consideraran en posesión de remedios ancestrales para luchar contra las enfermedades más virulentas. Su obsesion, su soberbia y su falta de escrúpulos desembocaron en uno de los sucesos más espantosos de nuestra historia: el asesinato del niño Bernardo Gonzalez Parra.

BRUJOS Y BRUJERIA

En la España de principios del siglo XX había mucha gente que confiaba en los curanderos y acudía a ellos cuando la medicina no ofrecía respuestas satisfactorias a sus males. En su lucha por superar las enfermedades, muchas veces incurables, el paciente no dudaba en aplicarse cualquier ungüento o en tomar cualquier bebedizo que el sanador le ofreciera, sin hacer demasiadas preguntas sobre los ingredientes del mágico remedio.

Plano dei cortijo donde tuvo lugar el asesinato del niño Bernardo Gonzaiez Parra

En la mayoría de los casos, aquellos mejunjes caseros se preparaban a partir de plantas, sangre, grasas y huesos de animales. Era una estafa, sin duda, pero por unas monedas el paciente desahuciado compraba un poco de esperanza.

En Gádor una curandera, de nombre Agustina Rodriguez convencio a un hombre de mas de 70 años, Francisco Leona, el barbero, de que podia sanar a un vecino y, a la vez, obtener un jugoso beneficio.

Lamentablemente, la superstición rara vez trae algo bueno y con frecuencia se traspasaba la línea de lo razonable. Muchos curanderos se atribuían poderes casi divinos y pensaban que la única manera de devolverle la salud a un ser humano era arrebatándosela a otro, preferiblemente a un niño. Enriqueta Martí Ripollés, la vampira de Barcelona, creía que tenía el don y mataba niños para curar a los tísicos de la alta burguesía catalana. En Gádor otra curandera, de nombre Agustina Rodríguez, convenció a un hombre de más de 70 años, Francisco Leona, El Barbero, de que podrían sanar a un vecino y, a la vez, obtener un jugoso beneficio. Para ello sólo necesitaban sacrificar a un niño sano, si era posible menor de 10 años.

EL HOMBRE DEL SACO

Por desgracia, el hombre del saco no es una invención, sino un estereotipo de una clase de criminal que raptaba a los niños metiéndolos en un saco. En nuestro país, este relato asustaniños se reactivó con el crimen de Gádor, el cruel asesinato de un niño durante un macabro ritual de curación.

En su lucha por superar las enfermedades, muchas veces incurable, el paciente no dudaba en aplicarse cualquier ungüento o tomar cualquier bebedizo que el sanador le ofreciera.

Cuando Francisco Ortega, El Moruno, acudió a Agustina Rodríguez y a Francisco Leona estaba desesperado. La tuberculosis devoraba sus pulmones y sentía que la muerte se aproximaba a grandes pasos. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por salvarse. Pero la propuesta que le hicieron estaba fuera de sus expectativas: “Mira, Moruno, sólo hay una manera de sanarte. Deberás beber la sangre de un niño recién sacada de su cuerpo y, a continuación, aplicarte sus mantecas, aún calientes, sobre el pecho. Silo haces, curarás”. En un primer momento El Moruno retrocedió espantado. Pero le pudo el egoísmo, el instinto de supervivencia. “¿,Cuánto?”, preguntó con la voz temblorosa. No tardaron en ponerse de acuerdo sobre lo que valía la vida de un niño: 3.000 reales. El trato estaba cerrado.

El Cortijo San Patricio sigue siendo un foco de atracción para los amantes de lo oculto y lo macabro

El 28 de junio de 1910 Francisco Leona, acompañado por Julio, uno de los hijos de Agustina al que llamaban El Tonto, salió en busca de un niño. Llevaba consigo un costal y un frasquito de cloroformo.

Muy pronto se toparon con la que sería su víctima, Bernardo, un niño de siete años que había perdido ¡a pista de los amigos con los que jugaba y caminaba solo e indefenso a la vera del río. Sin pensárselo.

El precio de la tortura y el asesinato de un niño fue de 3.000 reales

El Tonto se abalanzó sobre él y le tapó la boca y la nariz con un pañuelo mojado en el anestésico. A continuación los criminales lo introdujeron en el saco y lo trasladaron al cortijo de San Patricio, un lugar que el periódico El Popular definiría meses después, el 13 de diciembre, con las siguientes palabras: “(...) Es de esos lugares que
ponen miedo y pavor en el ánimo más sereno. Solitario, perdido en medio del campo, rodeado de montes escabrosos (...). Parece el sitio predestinado para a ejecución de crímenes, donde no queda más amparo ni más auxilio que los del cielo. Por estas razones todos los vecinos de Gádor, de Rioja y los pueblos comarcanos sintieron siempre particular aversión hacia el cortijo de San Patricio, cortijo que es un destierro”.

Los criminales lo introdujeron en el saco y lo trasladaron al cortijo de San Patricio, un lugar que el periodico el popular definiria meses despues con las siguientes palabras: "pone miedo y pavor en el animo mas sereno".

Cuando Bernardo recupero la conciencia empezó a llamar a su madre con gritos lastimeros. suplicantes, con enternecedores sollozos infantiles. Pero Leona no se apiadó de él. Con un rápido gesto le hizo un profundo corte debajo de la axila. Recogió la sangre en un recipiente y se la dio a Francisco Ortega, que ¡a bebió con avidez. Al sentir que el caliente liquido bajaba por su garganta, sugestionado por la excitación del momento, el paciente afirmó ante el matarife que sentía cómo sus pulmones se llenaban de vida. Entonces la acción aceleró. Leona abrió al niño en canal, le extrajo las vísceras y las depositó en elpecho de Ortega. Cuando éste sintió el calor se mostró convencido de la eficacia del tratamiento.

Sólo faltaba deshacerse de lo que quedaba de Bernardo. Los asesinos llevaron sus restos a un barranco y los ocultaron en una cueva, donde permanecieron durante días, mientras todo Gádor se movilizaba buscando al niño desaparecido. Es posible que nunca se hubiera sabido lo ocurrido si Francisco Leom Agustina Rodríguez no hubieran intentado engañar a El Tonto. Le regatearon 1 monedas que le habían prometido y éste se presentó en la comisaría afirman que había encontrado un cuerpo mientras perseguía unas perdices. Termino por delatar a todos.

PROCESO MEDIATICO

La noticia de la tortura y muerte del niño corrió de boca en boca y saltó de pueblo a pueblo en pocos días. Se extendió el rumor de que Francisco Ortega había mejorado del mal que le aquejaba, lo que favoreció la proliferación de acontecimientos similares. Lo que sucedió en realidad fue que, al ser tratado en prisión por los médicos, que tenían orden de mantenerlo con vida hasta que fuera leída la sentencia, la enfermedad pudo ser controlada. Al parecer no estaba tan grave como él creía.

El juicio fue todo un acontecimiento. Los periódicos de la época se volcaron en el caso. La Independencia, La Crónica Meridional, El Popular y El Radical publicaron artículos a diario. Se buscaba una explicación a la falta de sentimientos que presentaban los acusados, que en un principio fueron ocho. Dada la gravedad de los hechos, el fiscal se vio obligado a pedir para cada uno de ellos la pena de muerte, aunque después fue descartando imputados hasta llegar a los verdaderos autores materiales.

En los numerosos careos celebrados para intentar esclarecer la verdad los implicados se contradijeron una y mil veces. Francisco Leona y Agustina Rodríguez incluso llegaron a las manos, pero al final el autor material del crimen acabó confesando: “Sí, es cierto. Julio y yo lo matamos. Que hagan conmigo lo que quieran. No sabía lo que hacía’. Seguramente hubiera pagado el crimen con su vida en el garrote vil, pero falleció el 29 de marzo de 1911 en la cárcel sin conocer la sentencia. La leyenda dice que fue envenenado, algo nada extraño si se tiene en cuenta el odio que le profesaban los demás presos.

Julio El tonto, complice de Francisco Leona
Francisco Leona, autor material del crimen

Su agonía fue narrada por los periodistas, que se recrearon en los detalles. Así lo contaba El Radical el día siguiente del óbito: “La muerte se va adueñando de Leona lentamente. Si a las seis respiraba y abría la boca de tarde en tarde; si a las nueve entornaba las puertas arrugadas de sus ojos; cuando son las tres y veinte minutos de la tarde, ni la garganta tiembla, ni hojean sus mandíbulas cansadas, ni los párpados están abiertos. La muerte se adueñó definitivamente del asesino. ¡El asesino murió como un justo! ¡Qué iracunda burlesca hizo el criminal sobre las religiones! ¡Cuántos justos esperaron oprimidos por fiera agonía! Leona se escapó de la cárcel sin sufrir la pena de su delito, ni las torturas de la muerte. A las tres y veinte minutos, sólo el alma del cirio, clavado en el suelo, flotaba en el calabozo. Leona había muerto”.

Al sentir que el caliente liquido bajaba por su garganta, sugestionado por la excitacion del momento, el paciente afirmo ante el matarife que sentia como sus pulmones se llenaban de vida.

Agustina Rodríguez y Francisco Ortega sí fueron condenados a muerte y ejecutados con el garrote vil. El Tonto salió bien parado y obtuvo la gracia del indulto.

El cortijo de San Patricio sigue en pie, desafiando a los elementos, tan aislado del pueblo como siempre. No se escucha voz alguna en los alrededores. Sólo de vez en cuando se rompe el silencio con el retumbar de los disparos del campo de tiro que se encuentra a un par de kilómetros.

Fue siempre un lugar maldito al que muy pocos se atrevían a ir porque “daba mala espina”. Pasear por sus ruinas, adentrarse en las habitaciones, en realidad cuevas arrancadas a la montaña a fuerza de pico, provoca escalofríos.

Es imposible obviar lo que allí ocurrió. Entre sus paredes asesinó a su víctima el hombre del saco.

Fotos de todos los implicados en el crimen de Gádor

En el macabro enclave nos asaltó una terrible pregunta: ¿cuántos hombres como Leona andarán hoy sueltos a la espera de una oportunidad para raptar a un niño desprevenido? Suficientes para seguir temiendo su leyenda. Suficientes para seguir contando su historia.