¿Puede una historia de fantasmas atemorizar a la gente de un pueblo en nuestros días? Vivimos en la era de la tecnología, una época en la que el escepticismo es la religión predominante. En las sociedades avanzadas existe el convencimiento de que el hombre domina por completo su entorno. Y no hay nada más. No hay espacio para el escalofrío, para alteraciones más allá de la lógica.
Esa seguridad, esa sensación de control que nos da saber que cada día el sol saldrá por el este y se pondrá por el oeste, nos permite concentrarnos en lo evidente y nos invita a apartar los ojos de manifestaciones que la razón considera inadmisibles. En la dictadura de lo tangible se supone que estamos a salvo de lo que algunos denominan “mundo sobrenatural”. Se presupone que siempre hay una explicación racional, sea ésta más o menos evidente. Entonces, ¿cómo es posible que decenas de personas convengan en que una criatura espectral se pasea cada noche por las calles de un tranquilo pueblo?
La pregunta que aún hoy sigue planteándose es si aquel espectáculo siniestro, aquel ser de túnica blanca que se paseaba por las calles, fue obra de algún vecino o se trataba de algo mas inquietante
Los primeros testigos del extraño fenómeno fueron tratados de bromistas en el mejor de los casos y de locos por los peor intencionados. Pero cuando los testigos crecieron en número no hubo más remedio que aceptar que algo estaba sucediendo. Algo inesperado y sorprendente. La pregunta que aún hoy sigue planteándose es si aquel espectáculo siniestro, aquel ser de túnica blanca que se paseaba por las calles, cirio en ristre, aquel relato que fue de boca en boca por las casas encaladas de un pequeño pueblo extremeño a finales de 2005, fue obra de algún vecino que disfrutaba aterrorizando a los transeúntes o, por el contrario, se trataba de algo mucho menos tranquilizador. ¿Puede volver a este mundo el alma de un penitente? En el lugar de los hechos, Alburquerque (Badajoz), no se ponen de acuerdo.
UN FANTASMA DE BLANCO
Cae la noche entre las casas blancas. Apenas puede distinguirse ya el tono anaranjado de los tejados. La puesta de sol ha liberado un viento suave y fresco que pone el vello de punta. El silencio sobrecoge y sólo se rompe con el canto de algún pájaro nocturno o con alguna voz lejana que se apaga. Es tarde y en pocas horas la vida volverá a Alburquerque, y con ella las obligaciones.
Sin embargo, por momentos el tiempo parece congelarse. El viento descansa y el ruido cesa. Todo es tan repentino que coge desprevenido al desaprensivo que se ha entretenido por las calles, resistiéndose a dejar escapar el día. Ha trabajado duro y la oscuridad le relaja, es como un bálsamo que le mantiene lejos de sus preocupaciones. La intuición le alerta y detiene sus pasos concentrándose en escuchar, como si en el aire flotara una velada amenaza. Pero sólo es su agitada respiración, que retumba entre los muros. Sonríe avergonzado por el miedo sentido. |
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No hubo acuerdo
entre los testigos sobre la naturaleza del ser aparecido en la localidad
extraemeña de Alburquerque |
Confía en que nadie le haya visto titubeante y asustado como un chiquillo, en el pueblo donde ha nacido y que conoce como la palma de su mano. Recupera la tranquilidad y retoma las cuentas que llevaba en la cabeza, vuelve a sus asuntos. Y entonces, como de la nada, surge una silueta nívea que le paraliza el corazón. En cuanto las piernas le responden, huye sin rumbo fijo. Sólo quiere alejarse de allí, dejar atrás aquello que ha visto con sus propios ojos. “Que Dios nos proteja. Era un espectro, un penitente, la Pantaruja... Lo he visto con mis propios ojos”, se dice. Cuando llega a su casa trata de recomponer el gesto. Sabe que nadie le creerá, así que decide no contárselo ni siquiera a su mujer. Y jura que nunca más le sorprenderá la noche por los empedrados sin compañía.
Este caminante anónimo ha sido uno de los primeros en verla. Otros muchos se cruzarán con esa sombra blanca que parece vagar en busca del camino que la conduzca hacia el otro mundo.
El laberinto de
callejuelas de Alburquerque es ideal para las correrías de la
Pantaruja |
MIEDO COLECTIVO
Hubo un tiempo en el que no era extraño ver figuras que, amparadas por la oscuridad, se movían de un lugar a otro a horas intempestivas. Con frecuencia se atribuía a esas sombras poderes sobrenaturales. Encontramos un ejemplo interesante en la historia del fantasma de Ceuta, recogida en el Museo de la Policía de Avila. Las decenas de testigos que aseguraron haber visto a un fantasma saltando de tejado en tejado empujaron a las autoridades a investigar. Por un lado se trataba de impedir que cundiera el pánico y, por otro, de prevenir cualquier conspiración contra el régimen franquista. Los resultados de las pesquisas fueron sorprendentes, desde luego. Pero no en el sentido que todos esperaban. El supuesto espectro no era más que un hombre casado que, escondido tras unos ropajes oscuros, había encontrado la manera de llegar hasta la vivienda de su amante.
Hasta los niños se negaron a salir a la calle por miedo a encontrarse con el espantajo que se aparecia en los alrededores del callejon que une las calles de san Anton y San Pedro.
El alcalde de Alburquerque, Ángel Vadillo, reconoce que en el pasado su localidad vivió también episodios similares y afirma que los maridos infieles fueron los culpables de que se extendiera la leyenda de la Pantaruja. Pero cuando los incidentes empezaron a registrarse en pleno siglo XXI, muchos se inquietaron. Hasta los niños se negaron a salir a la calle por miedo a encontrarse con el espantajo que se aparecía en los alrededores del callejón que une las calles de San Antón y San Pedro.
ENCUENTROS CON LO IMPOSIBLE A José Miguel Gemio Taborda la leyenda de la Pantaruja no le hace ninguna gracia. Regresaba a su casa a las 5.00 cuando se la encontró en el lugar acostumbrado, el llamado “callejón del miedo. Al contrario de lo que se tenía por habitual, el supuesto espectro se acercó a él para intentar asustarle y José Miguel decidió plantarle cara. |
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En todas las culturas
existen relatos de encuentros con lo desconocido. |
Tiró de la sábana que lo cubríA y trató de desenmascararlo, arrebatándole una caña que llevaba y sacudiéndole en la espalda hasta que el fantasma huyó. Aquélla fue una aparición atípica, sin duda. Pero ¿eran todas las manifestaciones un fraude? ¿Quizá un gracioso había aprovechado la psicosis colectiva para gastar una broma?
“La Pantaruja llevaba una sábana blanca hasta los pies y un trozo de tela en la cabeza, con agujeros a la altura de los ojos y la boca. La capucha estaba atada con una cuerda al cuello”, la describió Gemio Taborda. Su encuentro con el espectro no se ajusta al patrón que describen los otros testigos. Hasta aquel momento nadie había percibido en el fantasma una actitud amenazante. La blanca figura se limitaba a deambular por las calles, sin hacer caso a nadie, aunque su presencia espantara a los transeúntes. Así que no se puede descartar que hubiera varias Pantarujas.
Otro joven asegura que vio al esquivo espectro en el castillo de la localidad, justo cuando se apagaron las luces que iluminan sus muros. Intentó ir tras él, pero fue inútil; pronto lo perdió de vista. No había duda de que aquella sombra, fuera lo que fuera, era esquiva y difícil de atrapar.
Tal vez la experiencia más espeluznante fue la que vivió José Pablo Rodríguez el 15 de diciembre de 2005, también a las 5.00. Aún soñoliento, aparcó el coche cerca de la panificadora en la que trabajaba, en las afueras del pueblo. Bajó del vehículo y encaminó sus pasos hacia la puerta principal de la nave. De pronto percibió que algo se movía detrás. Allí estaba la figura, vestida de blanco, erguida, mirándole. Echó a correr hacia la seguridad del coche y tocó el claxon para poner en guardia a todos sus compañeros. Pero, en un instante, el fantasma recorrió 50 metros y desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra.
PSICOSIS EN ALBURQUERQUE
El 16 de diciembre de 2005 el periódico decano de la prensa extremeña, Hoy, eligió un estremecedor titular para dar una noticia sobre la Pantaruja: “Psicosis en Alburquerque”. La información trataba de reflejar el estado de ánimo de los habitantes de esta hermosa localidad. Aunque la mayoría de ellos se mostraban convencidos de que lo que sucedía era que un jovenzuelo con malas intenciones se disfrazaba cada noche para asustar a los vecinos más impresionables, lo cierto es que hasta los más aguerridos empezaban a desconfiar de la noche. “No será nada se decían, pero quien evita el peligro...”.
De todas las experiencia que numerosos alburquerqueños han tenido con la Pantoruja se deduce que siempre lleva el mismo habito, pero suele cambiar el cirio por otros objetos e incluso portar una especie de luz en la cabeza
El artículo recogía los testimonios de varios testigos. María Esperanza Canchales, de 17 años, había visto al fantasma de espaldas, en la calle de San Antón. Un matrimonio de avanzada edad se había cruzado con la aparición y le había oído decir claramente: “Hermanos míos, vamos a rezar un avemaría y un padrenuestro a las ánimas benditas del purgatorio”.
El periódico explicaba que, 12 años antes, un vecino vestido de Pantaruja había repetido el ritual hasta ser descubierto y reprendido por otros vecinos a los que pretendía asustar. Pero, por aquel entonces, la reacción del pueblo había sido distinta. El pánico no se había extendido puerta a puerta. Esta vez los vecinos percibían que el fenómeno podía ser algo más que la invención de unos cuantos bromistas.
Para calmar los ánimos, el 20 de diciembre de 2005 Hoy recordó la historia de El Linterna, un ser presuntamente fantasmagórico que aterrorizó a los vecinos de Almendralejo. Durante días fue visto dando brincos por terrazas y tejados, hasta que el misterio pudo ser resuelto: se trataba de un voyeur, un hombre que disfrutaba observando a las parejas en momentos íntimos, un pervertido muy real.
El 23 de diciembre el rotativo explicaba: “De todas las experiencias que numerosos alburquerqueños han tenido con la Pantaruja se deduce que siempre lleva el mismo hábito, pero suele cambiar el cirio por otros objetos e incluso portar una especie de luz en la cabeza. Además, aunque en la mayoría de los casos sale de madrugada, a una señora se le apareció a las ocho de la tarde en un bloque de pisos existente cerca de la plaza de toros, en la avenida de Extremadura. Esta señora, que desea permanecer en el anonimato, llevaba el carro de la compra cuando vio a la Pantaruja a unos 20 metros, en una zona oscura de esa avenida, en el extrarradio de Alburquerque. Llevaba la túnica blanca abrochada hasta la altura del pecho y una especie de capa encima, algo que no pudo descifrar en sus manos y una especie de luces en la cabeza”.
Puede que todo aquello fuera cosa de bromistas. O quizá una estrategia publicitaria para atraer turistas a la localidad. Pero desde entonces muchos alburquerqueños se cuidan de pasear de noche en soledad y siempre miran dentro del armario y debajo de la cama antes de acostarse. No es que tengan miedo. Quieren creer que los fantasmas no existen, pero siempre es mejor prevenir.