MISTERIOS OCULTOS (U)

¿Un ave enorme?
Eran las 10:30 de la noche del 14 de enero de 1976 y Armando Grimaldo estaba sentado en el jardín de atrás de la casa de su suegra en el sector norte de Raymondville, Texas. Había venido a visitar a su esposa separada, Christina, que estaba ahora durmiendo en el interior. Grimaldo estaba a punto de tener un encuentro demasiado próximo con una criatura de otro mundo.

- Cuando me volvía para ir a echar un vistazo al otro lado de la casa -dijo-, sentía que algo me agarraba, algo que tenía unas grandes garras. Miré atrás, vi aquello y eché a correr. Nunca había tenido miedo a nada, pero esta vez lo tuve. Jamás en mi vida había estado tan asustado.

Algo había descendido del cielo, algo que Grimaldo no había visto nunca ni quería volver a ver. Era tan alto como él -1,85 metros- y tenía una envergadura de tres a cuatro metros. Su piel era de color .castaño negruzco», correosa y sin plumas, y tenía unos ojos rojos enormes.

Grimaldo chilló y trató de correr, pero, presa de pánico, tropezó y cayó de bruces contra el suelo. Al incorporarse a duras penas, pudo oír que su ropa era rasgada por las garras de la bestia. Consiguió refugiarse debajo de un árbol mientras su atacante, que ahora respiraba con fuerza, volaba y se perdía en la noche.

Los gritos despertaron a Christina, que estaba bajando la escalera cuando oyó que él entraba corriendo en la casa, «de algún modo conmocionado». Incapaz de hablar con coherencia, mumuraba la palabra pájaro (en español) una y otra vez. Fue llevado al hospital de Willacy County y dado de alta al cabo de media hora, cuando los médicos dictaminaron que no había sufrido daño físico.
Armando Grimaldo tuvo más suerte que la cabra de Joe Suárez. Algo la hizo pedazos en las primeras horas del 26 de diciembre. Había sido dejada atada en un corral detrás del granero de Suárez en Raymondville. No había huellas de pisadas a su alrededor y la Policía no pudo explicar cómo la habían matado.

Algo había irrumpido en el Valle de Río Grande. Antes de que desapareciese, al cabo más o menos de un mes, los graciosos del lugar le habían puesto el nombre de Big Bird, por el personaje de Sesame Street. La mayoría de la gente lo tomaba a risa, pero no así los que lo habían visto.

Una criatura parecida se metió en el remolque de Alverico Guarjardo en la cercana Brownsville. Cuando Guajardo montó en su vehículo y encendió las luces, vio lo que describió como «algo de otro planeta». Aquella cosa, al darle la luz, se levantó y le miró con unos ojos rojos y brillantes. Guajardo, paralizado por el miedo, sólo pudo mirar a su vez a la criatura, que tenía las largas alas, como de murciélago, plegadas sobre los hombros. Y no paraba de hacer un «horrible ruido» gutural. Por fin, al cabo de dos o tres minutos, retrocedió hacia un camino de tierra a poca distancia detrás de él y desapareció en la oscuridad.

Pero la criatura volvió a ser vista el 24 de febrero, mucho más al Norte, en San Antonio, donde tres maestros de escuela que se dirigían en coche a su trabajo por una carretera aislada al sudoeste de la ciudad, vieron un enorme pájaro con una envergadura de «seis o siete metros, si no más». Volaba tan bajo que, cuando pasó por encima de los coches, su sombra cubrió toda la carretera.

Mientras observaban los tres aquella inverosímil criatura, vieron otro ser volante a lo lejos, trazando círculos sobre una manada de ganado. Parecía, pensaban, una «gaviota gigante».

Más tarde, cuando los maestros buscaron en los libros, tratando de identificar a la primera ave que habían visto, creyeron haberlo conseguido. Lo malo era que el pajarraco se parecía mucho al pteranodonte, un dinosaurio volador que se había extinguido hacía 150 millones de años.

No fueron los únicos tejanos del Sur que creyeron haber visto un reptil alado prehistórico. Un mes antes, dos hermanas de Brownsville, Libby y Deany Ford, vieron un «gran pájaro negro» cerca de una charca. La criatura era tan alta como ellas y tenía «cara de murciélago». Más tarde, cuando vieron la imagen de un pteranodonte en un libro, llegaron a la conclusión de que era lo que habían visto.

El miedo al Big Bird se calmó a primeros de 1976, pero la criatura tenía que aparecer de nuevo en el Valle de Río Grande. El 14 de septiembre de 1982, James Thompson, un técnico de ambulancia de Harlingen, vio un «gran objeto parecido a un pájaro» pasar por encima de la autopista 100 a una distancia de cincuenta metros. Eran las 3:55 de la mañana.

- Esperé que aterrizase como un avión en miniatura -dijo Thompson al Valley Morning Star-. Esto fue lo que pensé que era, pero agitó las alas lo bastante para mantenerse por encima de la hierba. Tenía la piel áspera, negra o grisácea. No tenía plumas. Estoy seguro de que su pellejo era como de cuero. Le observé mientras se alejaba volando. Era -dijo más tarde- un pájaro parecido a un pterodáctilo.

La Sociedad Internacional de Criptozoología, organización científica que investiga los informes sobre animales desconocidos o presuntamente extinguidos, observó que las aves habían sido vistas a solamente 300 kilómetros al Este -según el vuelo del pterodáctilo- de la Sierra Madre Oriental de México, una de las regiones menos exploradas de América del Norte.

Un accidente que nunca se produjo
El 10 de octubre de 1931, el dirigible más nuevo de América, el Akron, debía volar en circulo sobre el estadio de Fairfield, en honor del partido de rugby Washington y Jefferson-Marshall, en Huntington, Virginia del Oeste.

La primera persona que vio el dirigible en ruta fue Harold MacKenzie, que le observó mientras pasaba por la cercana ciudad de Gallipolis, Ohio. Llamó a unos amigos de la fábrica «Foster Dairy», para que lo observasen con él.

Dos de ellos, Mr. y Mrs. Roben Henke, fueron a la Primera Avenida con su amiga Mrs. Claude Arker. Los tres observaron la aeronave con gemelos y pronto se les unieron otros observadores, que vieron volar el Akron sobre el río.

En el otro lado, en Point Pleasant, Virginia del Oeste, otros observadores siguieron la marcha del dirigible. Éste, que tenía unos 30 a 50 metros de longitud, volaba a una altura de unos 100 metros cuando, a las 2:50 de la tarde, ocurrió algo inesperado y terrible.

Según dijo Mrs. Henke al Gallipolis Daily Tribune el 12 de octubre, «cuando avistamos la aeronave, pareció que se torcía y caía. Algunos que estaban mirando dijeron que cuatro personas habían saltado de ella en paracaídas. Parecía que aquel objeto estuviese envuelto en humo, pero tal vez fueron nubes lo que vimos».

Los observadores vieron, horrorizados, que el dirigible se inflamaba y se estrellaba en los montes del sur de Gallipolis Ferry, Virginia del Oeste.

Media docena de testigos informaron del incidente al doctor Holzer, propietario del aeropuerto de Gallipolis. Al amanecer del día siguiente, unos investigadores partieron hacia el lugar del suceso. Registraron aquel paraje durante todo el día, por tierra y desde el aire, y no encontraron rastro de la aeronave ni de su desdichada tripulación.

La razón era muy sencilla: no existían.

Por la tarde del día de la presunta catástrofe, portavoces del aeropuerto de Gallipolis negaron que hubiese sucedido aquella tragedia. El Akron estaba a salvo en su hangar, lo mismo que los tres dirigibles de la «Goodyear Zeppelin Company». Aquel día, a hora más temprana, el Akron había volado sobre la parte norte de Ohio, pero no se había dirigido hacia el Sur para sobrevolar el estadio de Huntington, porque había sido rechazada por la Marina la petición del senador H. D. Hatfield en aquel sentido.

Todos los aeropuertos del Este y del Mediano Oeste afirmaron que no faltaba ninguna de sus aeronaves. Ni faltaba ningún dirigible extranjero de los que operaban en aquella zona de los Estados Unidos.

Sin embargo, los testigos rechazaron de plano las teorías de que habían visto una bandada de pájaros o, simplemente, soñado aquella visión. Hasta hoy, no ha sido explicado el peculiar fenómeno.

Un adivino detective
Ningún tema irrita tanto al escéptico como el de la Policía que confía en los adivinos, especialmente cuando los agentes publican la noticia.

La mañana del domingo 4 de agosto de 1982, Tommy Kennedy fue de excursión cerca de Empire Lake, Nueva York, y desapareció. Pronto fue llamado todo el mundo para buscar al niño de cinco años desaparecido, desde los casuales visitantes del lago hasta el departamento del sheriff de Tioga County. Nadie pudo encontrar rastro del pequeño, y la madre de Tommy estaba cada vez más angustiada. A las seis de aquella tarde, casi cien personas estaban explorando los bosques próximos. Por último, Richard Clark, un bombero que participaba en la búsqueda, sugirió que llamasen a Phillip Jordan, conocido adivino local, que era inquilino del bombero. A nadie entusiasmó mucho la idea, salvo al delegado David Redsicker, que había visto trabajar al adivino.

Aquella noche, Phil Jordan visitó a los Clark en su casa de Spencer, Nueva York. Sin decirle nada, el bombero entregó al adivino una camisa de manga corta que había llevado el niño perdido. Después de palparla durante varios minutos, Jordan pidió un lápiz y papel. Entonces empezó a dibujar un lago, algunas barcas volcadas y una casa junto a una roca.

- Allí encontrarán al muchacho -explicó-. Le veo yaciendo al pie de un árbol con la cabeza sobre los brazos. Está profundamente dormido.

Esta información fue comunicada inmediatamente a la oficina del sheriff. El día siguiente, Richard Clark y Phil Jordan fueron al Empire Lake a continuar la búsqueda. La madre de Tommy estaba naturalmente presente y colaboraba con ellos, y esta vez el adivino tomó sus impresiones de un par de zapatos de lona del niño. Su segunda serie de impresiones coincidía con la primera, y el grupo se dirigió a los bosques en busca del árbol y la casa que él había visto.

Tommy Kennedy fue encontrado al cabo de una hora, en el lugar exacto que había señalado el adivino en su mapa. El chico se había apartado del camino el día anterior y andado en dirección equivocada hasta que se perdió irremisiblemente en el bosque. Había pasado la noche llorando y durmiendo al pie de un árbol.

El Departamento de Policía de Tioga County otorgó a Phil Jordan una insignia de delegado honorario del sheriff, por su ayuda en el caso.

-El niño había yacido y dormido al pie de aquel árbol casi veinticuatro horas y nosotros no le habíamos encontrado -dijo el sheriff Raymond Ayres-. Phil Jordan empleó simplemente alguna clase de talento paranormal que el resto de nosotros no tenemos. No vacilaría en llamarle de nuevo si creía que él podía ayudarme.

Un adolescente psicocinético
Unos sucesos pintorescos empezaron a ocurrir en la casa de Ohio de la familia Resch, el 3 de marzo de 1984. Las luces se encendían y apagaban sin una causa aparente. Los aparatos eléctricos se ponían en marcha solos. La televisión efectuaba unos ruidos misteriosos, aunque estuviese desenchufada y la pantalla en blanco. La ducha comenzaba a correr cuando no había nadie en el cuarto de baño. A través de todo ello existía un hilo de unión: la adolescente Tina Resch, de catorce años, que parecía encontrarse siempre cerca del lugar de la acción, aunque no fuese físicamente responsable del asunto.

Durante las siguientes semanas, Tina hizo bailar los candelabros y oscilar las lámparas con espantosa regularidad. Muy pronto, todo el vecindario fue consciente del fenómeno y los amigos y parientes de la familia también fueron testigos de objetos que volaban en torno de la casa. No pasó mucho tiempo antes de que los investigadores y periodistas se presentasen en auténticas oleadas ante los agotados Resch. Dos grupos religiosos incluso intentaron practicar un exorcismo.

Sin embargo, la videocinta de un noticiario televisivo aún levantó más controversia. Cuando la cinta, en que se mostraba con claridad a Tina haciendo levitar una lámpara, se pasó a cámara lenta, algunos observadores afirmaron que veían a Tina sosteniendo la lámpara con una cuerda que tenía en la mano. Se alzaron acusaciones de fraude entre la comunidad de investigadores psíquicos. Pero otros, como el fotógrafo del Columbus Dispatch, Fred Shannon, insistió en que lo que estaba sucediendo no era un engaño. Shannon, que expresó su preocupación por la seguridad de Tina, contó un incidente en que el sofá de la sala de estar se apartó 50 cm desde la pared y «atacó» a Tina, que se hallaba sentada en un sillón cercano. También observó cómo se movía el teléfono por los aires, por lo menos en siete ocasiones, golpeando a Tina varias veces con tanta fuerza que la chica se puso a gritar.

Confiando resolver la situación y la controversia, los padres de Tina estuvieron de acuerdo en que se realizasen pruebas a Tina en un laboratorio, cerca de Chapel Hill, Carolina del Norte. Durante una notable serie de experimentos, se le pidió a Tina que alterase las células nerviosas de las pautas de conducta de unas babosas gigantes marinas, empleando para realizar esta proeza sólo su mente. Según el ingeniero biomédico y neurocientífico Steve Bauman, las pruebas tuvieron éxito. Aunque las células nerviosas de la babosa marina emiten una señal cada uno o dos segundos, los científicos no pudieron captar ni una sola señal en un intervalo de veintitrés segundos, durante el tiempo en que la mente de Tina estuvo controlando a las babosas.

Naturalmente, los escépticos siguen sin sentirse aún convencidos, e insisten en que no existirá la menor confirmación de los poderes psicocinéticos de Tina, hasta que las pruebas se repitan.

Un autostopista pertinaz
Estaba conduciendo su automóvil desde Mayagüez, Puerto Rico, hacia su casa en Arecibo, en la noche del 20 de noviembre de 1982, cuando Abel Haiz Rassen, mercader árabe que vive en Puerto Rico, cruzó un sector conocido como The Chain. Un hombre calvo estaba de pie en la orilla de la carretera, haciendo autostop. Haiz Rassen miró al hombre, que tenía unos treinta y cinco años y vestía camisa gris y pantalón vaquero pardo, y siguió adelante.

Pero cuando se detuvo ante un semáforo en rojo en la siguiente encrucijada, se paró el motor de su coche. Mientras trataba de ponerlo de nuevo en marcha, no se dio cuenta de que el autostopista abría la portezuela y se metía en el automóvil.

-Me llamo Roberto -dijo el hombre al sorprendido Haiz Rassen-. ¿Tendría la bondad de llevarme a mi casa, en la urbanización «Alturas de Aguada»? Hace casi dos meses que no veo a mi esposa Esperanza y a mi hijo.

Haiz Rassen se negó, diciendo que su esposa le estaba esperando en Arecibo. Pero Roberto insistió. El conductor volvió a tratar de poner el coche en marcha, y éste arrancó de pronto.

Convino en llevar a Roberto hasta el restaurante «El Nido». En el curso del breve viaje, el importuno pasajero le advirtió que condujese con cuidado y que no bebiese. Y pidió a Haiz Rassen que rezase por él.

Haiz Rassen se detuvo aliviado en la zona de aparcamiento del restaurante. Unos que le observaban de cerca le vieron hablar animadamente, al parecer consigo mismo. Uno le preguntó si necesitaba ayuda.

-No -respondió Haiz Rassen-, pero este caballero quiere que le lleve a casa.

Se volvió a su derecha para señalar al pasajero..., pero allí no había nadie.

Estaba tan impresionado que a punto estuvo de enfermar. Llamaron a la Policía, y dos agentes, Alfredo Vega y Gilberto Castro, le llevaron al hospital local, donde refirió su extraña historia.

Escépticos pero todavía intrigados, los agentes se dirigieron a la urbanización y llamaron a la puerta de la casa que dijo el conductor que le había indicado Roberto. La abrió una mujer que llevaba un niño pequeño en brazos. A preguntas de los agentes, respondió que se llamaba Esperanza y que era viuda de Roberto Valentín Carbó.

Su marido, que era bastante calvo, llevaba una camisa gris y unos pantalones vaqueros pardos el 6 de octubre de 1982, en que había muerto en un accidente de automóvil, en el lugar exacto de la carretera donde Abel Haiz Rassen le había visto por primera vez seis semanas más tarde.

Un bigfoot chino
Rodeada por las provincias chinas de Hubei, Shanxi y Sichuán, la región montañosa de Shennongjia es, al parecer, el hogar de una enorme bestia humaniforme, el colega chino del Sasquatch norteamericano, llamado también Bigfoot. En mayo de 1976, seis agentes del partido comunista viajaban en jeep a través de la parte meridional de Hube y se encontraron a la extraña criatura en la carretera, delante de ellos. Tenía un fino y claro pelo corporal castaño, con una franja de color rojo oscuro en la espalda, un rostro humaniforme con una frente amplia y aguzado mentón, y una boca grande y abierta. Inmóvil. Se agazapó delante del vehículo y miró fijamente a los pasajeros. Después de que éstos se bajasen del coche y lo rodeasen, tirándole alguna piedra para aguijonearle, la criatura, al fin, se levantó sobre sus largas y musculosas piernas y se encaminó silenciosamente hacia los bosques.

Otro avistamiento tuvo lugar un mes después. Gong Yulan y su hijo de cuatro años estaban recogiendo forraje para los cerdos cuando vieron a un gran animal con un pelo de color rojizo, que se frotaba la espalda contra un árbol, a menos de seis metros de distancia. Yulan agarró a su hijo y echó a correr, pero, ante el horror de la madre, la bestia les siguió, gritando algo que sonaba como: «Ya, ya.»

Numerosos otros informes de misteriosas criaturas humaniformes en la región de Shennongjian, que comenzaron en 1976, alentaron a la Academia de Ciencias china a organizar una investigación. Buscando y reuniendo pruebas durante ocho meses, 110 biólogos, zoólogos, fotógrafos y soldados no pudieron atrapar a un espécimen de la criatura, pero sí observarla. Según el director del equipo de investigación, Ghou Guoting, la bestia no era ni un ser humano ni un oso, sino algo intermedio, tal vez una especie de primate aún no identificada. Unas huellas de pisadas sin arco, que medían de 30 a 40 cm de longitud, indicaban que tenía tres dedos en los pies, uno de los cuales parecía ser mayor que los otros. Y, evidentemente, no era carnívoro, puesto que prefería comer nueces, hojas, raíces e insectos.

Un canguro monstruoso
Era veloz como el rayo y parecía un canguro gigantesco que corría y saltaba por el campo, dijo el reverendo W. J. Hancock. Frank Cobb, que también lo vio, dijo que no se parecía a nada de lo que jamás había visto, aunque en cierto modo tenía semejanza con un canguro.

Los canguros, que no son nativos de Tennessee, son animales inofensivos y herbívoros. Pero aquel animal era un asesino. En enero de 1934 tenía aterrorizada a la pequeña comunidad de Hamburg, Tennessee, y había ya matado y devorado parcialmente a varios perros pastores alemanes.

Cuando aquella criatura visitó la granja de Henry Ashmore el 12 de febrero, dejó huellas con cinco garras del tamaño de la mano de un hombrón. Will Patten vio aquella cosa y la ahuyentó. El día siguiente, encontró un perro medio devorado en su patio.
La criatura mataba también patos y gallinas y, al perseguirla sin éxito los hombres armados, cundió el pánico. A. B. Russell, jefe de Policía de la próxima South Pittsburg, Tennessee, trató de calmar el nerviosismo, diciendo que aquello era «una superstición iniciada por un perro lobo». Pero los que habían visto aquello lo sabían mejor. Decían que era enorme, pesando al menos 75 kilos, e increíblemente ágil, capaz de saltar vallas y otras cercas con facilidad. Merodeaba entre South Pittsburg y Signal Mountain, lo cual quería decir que para coparle había que cruzar dos sierras y dos ríos.

Por último, fue encontrado muerto un lince en Signal Mountain el 29 de enero, trece días después de la última aparición de la criatura. Las autoridades y los periódicos declararon que el misterio había quedado resuelto, pero los testigos rechazaron de plano esta explicación. Lo que habían visto, decían, era más grande y parecía un canguro.

El monstruo no volvió a aparecer y nunca ha sido satisfactoriamente identificado o explicado.

Un cerebro perforado
El 11 de septiembre de 1874, Phineas P. Gage, de veinticinco años, empleaba una vara de hierro de dieciocho centímetros de longitud para apretar los explosivos en los agujeros antes de su detonación. Por alguna causa, una de las cargas estalló prematuramente, lanzando la vara contra la cara de Gage. Aquel útil de siete kilos de peso y tres centímetros de diámetro penetró por la mejilla izquierda, por encima de la mandíbula. La fuerza de la explosión hizo que la vara atravesase completamente el cerebro y volviese a salir, arrancando un gran pedazo del hueso frontal.

Se dijo que, pocas horas después del accidente, Gage había preguntado por su trabajo. Durante varios días, escupió trozos de hueso y de cerebro por la boca. Después cayó en un estado delirante y, por fin, perdió la visión del ojo izquierdo. Más tarde se recobró físicamente, aunque sus amigos dijeron que se había convertido en un bruto peligroso.

La milagrosa supervivencia de Gage fue publicada y largamente comentada por el American Journal of Medical Science y el British Medical Journal de aquellos días. Su historia, por triste que fuese su final, hace que nos preguntemos qué parte de cerebro es necesaria para sobrevivir. Un documental sueco de TV, sobre el tema, demostró que varios pacientes vivían normalmente con sólo una fracción de su materia gris. Uno de ellos, un joven llamado Roger, tenía solamente el 5 por ciento de su cerebro intacto, y consiguió graduarse en matemáticas.

Un cuento de tres titanes
El mayor desastre marítimo de la Historia fue el que le ocurrió al mayor monstruo marítimo de confección humana de todos los tiempos: el trágico Titanic, de la «White Star Line». La tragedia real sólo puede compararse a la del Titan, el transatlántico de lujo de ficción que también naufragó, con tremendas pérdidas de vidas, en abril de 1898, catorce años antes de que el Titanic chocase con el iceberg que le envió a su tumba oceánica, también en una noche de abril.

El Titan sólo navegó en las páginas de la novela de Morgan Robertson adecuadamente titulada Futility. Pero las coincidencias entre los dos gigantescos barcos de pasajeros son más de lo que se puede imaginar. El profético Titán de Robertson zarpó de Southampton, Inglaterra, en su viaje inaugural, como lo hizo el propio «insumergible» Titanic. Ambos barcos tenían la misma eslora, 800 y 824 pies, y un tonelaje comparable, 70.000 y 66.000 toneladas, respectivamente. Los dos tenían tres hélices y transportaban a 3.000 pasajeros.

Ambos iban cargados hasta la borda de ciudadanos opulentos. Ambos chocaron con un iceberg y se hundieron en el mismo lugar. Y en ambos fue terrible el número de víctimas, porque ninguno de los dos llevaba botes salvavidas suficientes. En el caso del Titanic, murieron 1.513 pasajeros, la mayoría a causa de las frígidas aguas del Atlántico.

Uno de los que murieron en el Titanic fue el famoso espiritista y periodista W. T. Stead, que había escrito un cuento breve, prediciendo un naufragio parecido, en 1892. Pero ni Futility ni el cuento de Stead pudieron salvar al condenado Titanic. En cambio, otra premonición sí que evitó una tragedia. En abril de 1935, el marinero William Reeves vigilaba en la proa del carguero Titanian, que había zarpado de Canadá con rumbo a Inglaterra. Las similitudes y el recuerdo del Titanic hicieron presa en la mente del joven Reeves y le provocaron un escalofrío en la espina dorsal. La proa de su barco hendía las mismas aguas tranquilas por las que había navegado el Titanic. Y al acercarse la medianoche, hora que marcó el fin del gran transatlántico, Reeves recordó que la fecha en que se había hundido aquél -14 de abril de 1912- era el día de su propio cumpleaños.

Abrumado por la coincidencia, Reeves dio la voz de alto y el Titanian se detuvo a muy poca distancia de un enorme iceberg. Poco después, otra montaña de cristal surgió de la noche. El Titanian estuvo inmovilizado, pero seguro, durante nueve días, hasta que unos rompehielos de Terranova le abrieron camino a través del hielo mortal.

Un deseo mortal que se convierte en realidad

Aunque muchas personas tienen una preferencia respecto de la manera de morir, muy pocos mueren tal y como desearían. Sin embargo, el patriota revolucionario americano James Otis sí lo hizo. A menudo había contado a sus amigos y parientes que, cuando muriera, confiaba en que fuera como resultado de verse alcanzado por un rayo. El 12 de mayo de 1783, Otis estaba inclinado contra la jamba de la puerta de una casa en Andover, Massachusetts, cuando un rayo alcanzó la chimenea, se introdujo a través de la estructura de la vivienda y llegó hasta la jamba de la puerta, matando a Otis instantáneamente.